En 2 Tesalonicenses 2:3 dice que el Señor no volverá, antes que venga la «apostasía», y se descubra el «hombre del pecado». De éste dice que «se sienta en el templo de Dios como Dios, y se hace pasar a sí mismo como si fuera Dios» (verso 4). Ese personaje se llama también «el sin ley» (verso 8), y engaña al mundo de una manera muy eficaz (versos 9 a 12). ¿Qué podemos concluir de ello?
– En los últimos tiempos habrá un tiempo de apostasía. La palabra significa literalmente «apartarse». No tiene que ver con la maldad del mundo incrédulo. Significa que muchos de los que se identifican como seguidores de Cristo, se apartarán de Él.
En diversas reflexiones anteriores hemos comparado la iglesia del Nuevo Testamento con las congregaciones actuales. La comparación no es favorable para quienes hoy en día se hacen llamar «iglesia». Según todos los criterios bíblicos, nos encontramos actualmente en medio de un tiempo de apostasía. Solamente queda la pregunta: ¿Es ésta ya la «gran» apostasía final?
Hacia el fin de la Edad Media, muchos seguidores verdaderos del Señor pensaban que la apostasía final había llegado, por la extrema corrupción que existía en el catolicismo romano. Pero con la Reforma hubo un nuevo comienzo; la situación espiritual comenzó a mejorar en muchos países; y eso produjo incluso un gran avance también en el ámbito material.
¿Nos concederá Dios una nueva Reforma? – Si no, entonces ahora sí estaríamos viviendo el principio del fin.
– El «hombre del pecado» se hace pasar a sí mismo por Dios. Por eso, algunos lo identifican con el «anticristo», aunque esa palabra aparece únicamente en las cartas de Juan, en un contexto un poco diferente. Pero literalmente, «anticristo» significa «en lugar de Cristo». Entonces, esa palabra sí es una descripción acertada de alguien que se pone a sí mismo en el lugar de Cristo o de Dios.
Efectivamente, en la actualidad existen muchos líderes que hablan de sí mismos como «ungidos de Dios», lo cual significa «Cristo». El hombre del pecado no podrá hacerse pasar por Dios, si no adquirió antes la fama de ser un líder cristiano muy «ungido». Entonces, no será alguien que se opone a la iglesia o a Dios. Al contrario, pretenderá liderar a los cristianos hacia mayores alturas. De manera sutil, usurpará más y más funciones que corresponden solamente a Jesucristo mismo – como ya lo están haciendo diversos líderes en el presente.
Dice además, que él «se sienta en el templo de Dios». De ahí, algunos han concluído que el hombre del pecado no podrá manifestarse antes que el templo en Jerusalén sea reconstruido. Pero hemos visto que en el orden del Nuevo Testamento, el templo de Dios ya no es una casa construida por hombres. El templo de Dios es ahora la casa edificada de «piedras vivas», la comunión del pueblo de Dios en Jesucristo. Eso confirma lo que acabamos de decir: El «hombre del pecado» se presenta como un gran líder en la iglesia de Cristo.
– Este líder se llama también el «sin ley» (ánomos en griego). En el contexto bíblico, «ley» significa normalmente los mandamientos de Dios. Una persona «sin ley» no es simplemente alguien que desobedece la ley de Dios. Es alguien que por principio rechaza que haya una ley divina.
Esta anomía (rechazo a la ley) puede tomar la forma del libertinaje, como lo describe Pedro:
«Pronunciando cosas infladas sin valor, seducen con deseos desenfrenados de la carne a quienes realmente habían escapado de los que viven engañados. Les prometen libertad, siendo ellos mismos esclavos de la corrupción. Porque de lo que alguien es derrotado, de eso es esclavizado.» (2 Pedro 2:18-19)
Esta actitud se manifiesta por ejemplo en quienes dicen: «Ya no estamos bajo la ley, estamos bajo la gracia, entonces podemos vivir como queremos, Dios nos perdona todo.» Pablo responde decididamente a eso: «¡De ninguna manera!» (Vea Romanos 6:1-2, 15-16.) – Algunos de los que proclaman esta falsa libertad, incluso difaman a los discípulos que siguen la santidad, llamándolos «legalistas» y diciendo que siguen una «salvación por obras». No quieren entender que un cristiano verdadero vive una vida agradable a Dios, no porque estuviera bajo la ley, pero porque ama a Dios y quiere agradarle, y porque Jesús le da victoria sobre el pecado.
Pero la anomía se manifiesta no solamente en inmoralidad y desenfreno. Igualmente puede manifestarse en el autoritarismo y en el dominio del hombre. Los líderes autoritarios exigen que la gente se someta a ellos, y no permiten que alguien los cuestione a base de la ley de Dios. Pueden hablar de «orden», de «institucionalidad», e incluso de «las leyes del reino de Dios» o «los principios bíblicos». Pero si esos «principios» o «leyes» no son realmente lo que dice la palabra de Dios, entonces estamos igualmente ante un rechazo contra la ley de Dios.
Ante la verdadera ley de Dios no hay acepción de personas; no hay privilegios para los «líderes». Cuando se levanta un líder con la pretensión: «Yo voy a hacer cumplir la ley de Dios» – allí tenemos que sospechar. ¿No va a levantarse ese líder a sí mismo como «ley», por encima de la palabra de Dios? ¿No va a usar su posición para impedir que alguien lo cuestione a él, cuando él mismo quebranta la palabra de Dios? ¿No es la misma anomía que se disfraza allí detrás de un liderazgo supuestamente cristiano? Donde se enfatiza la sumisión bajo un hombre, más que la responsabilidad de cada uno ante la ley de Dios, allí ciertamente se manifiesta también un rechazo contra la ley de Dios; por más que se la confiese con los labios.
– El «sin ley» viene «con la eficacia del satanás en todo poder y señales y milagros de mentira, y en todo engaño de la injusticia». Aquí vemos primeramente, que los milagros no son ninguna prueba de que alguien es un siervo de Dios. Dios permite aun al diablo hacer milagros.
¿Por qué permite Dios eso? – Dice que serán engañados los que «no aceptaron el amor de la verdad»; «los que no creyeron en la verdad, sino que les gustó la injusticia.» Esto es un juicio justo: los que no aman la verdad, serán engañados por mentiras.
Eso incluye a muchos que se llaman cristianos. Quizás aceptaron intelectualmente las verdades del evangelio, para tranquilizar su conciencia. Pero no aman realmente esas verdades. Tampoco aman el decir y hacer la verdad; prefieren vivir en apariencias falsas. No les gusta «andar en la luz» (1 Juan 1:7); no les gusta ser transparentes; y no quieren realmente dejar atrás el pecado. Por eso, Dios permite que sean seducidos y engañados por los falsos Cristos.