La Biblia o la tradición


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«¿Por qué también ustedes quebrantan el mandamiento de Dios por su tradición?» (Mateo 15:3)

Jesús hizo esa pregunta a los líderes de las iglesias de su tiempo. Ellos enseñaban muchos mandamientos que Dios no había mandado. Y reprochaban a los discípulos de Jesús, porque ellos no hacían caso a todos esos mandamientos. Por eso dijo Jesús acerca de ellos:

«Atan cargas pesadas e incargables, y las ponen encima de los hombros de los hombres, pero con su propio dedo no quieren moverlas.» (Mateo 23:4)

También hoy en día, las iglesias tienen muchas tradiciones. Por ejemplo que hay que llamarse «hermano, hermana»; o que hay que decir «Dios te bendiga» al despedirse; o que hay que decir «Amén» al finalizar una oración a Dios.

Casi todas las iglesias evangélicas enseñan que la manera de convertirse a Jesucristo, es diciendo una «oración de entrega». Sin embargo, no encontramos a nadie en el Nuevo Testamento que se haya convertido de esa manera.

Casi todas las iglesias enseñan que la forma cómo deben reunirse, es en un día particular de la semana, en un edificio particular, y para escuchar hablar a un hombre que dice a todos los demás lo que deben hacer, y cómo deben entender la Biblia. Esa forma de reunirse no tiene apoyo en el Nuevo Testamento. Incluso impide hacer muchas cosas que el Nuevo Testamento sí manda; por ejemplo el edificarse espiritualmente unos a otros (Rom.15:14, 1 Cor.14:26, Col.3:16, Hebr.10:24, y otros). Así también en nuestros días, existen tradiciones que invalidan la palabra de Dios.

Ahora, el asunto no es si tenemos tradiciones o no. Todo grupo de personas las tiene. Unas personas no pueden juntarse como grupo por muchos años, sin desarrollar sus tradiciones particulares; es inevitable.

El asunto tampoco es si tenemos tradiciones «buenas» o «malas». Eso puede ser un criterio bastante subjetivo. A unos les puede parecer «bueno», levantar las manos y aplaudir y danzar cuando cantan a Dios; a otros les puede parecer «malo».

El asunto crítico es: ¿Quién gobierna? En el caso de un conflicto, ¿cuál es la opinión que tiene mayor peso? ¿Las tradiciones y costumbres? ¿Los reglamentos y estatutos de la organización? ¿La opinión de los líderes más poderosos? ¿o la palabra de Dios?

Este es exactamente el asunto que desencadenó la Reforma del siglo 16. La iglesia romana enseñaba que la compra de indulgencias iba a acortar el tiempo que las personas difuntas tenían que pasar en el purgatorio. Martín Lutero opinó que eso era una explotación del pueblo, que no tenía ninguna base en las Sagradas Escrituras. Los líderes de la iglesia se negaron a discutir ese asunto abiertamente. En su lugar, exigieron que Lutero se sometiese a ellos.
Entonces, Lutero llevó el debate a un nivel más fundamental: ¿Dónde descansa la autoridad sobre la iglesia? ¿En los líderes, los concilios, el papa? ¿o en la palabra de Dios, la Biblia?
Por varios siglos ya, la iglesia romana había enseñado que sus líderes tenían el privilegio de interpretar la Biblia de manera autoritativa. O sea, que nadie podía contradecir las enseñanzas oficiales de la iglesia, que habían sido definidas por los concilios y los papas. A eso, Lutero respondió: «Aun los concilios pueden equivocarse.» Como evidencia, señaló que existían contradicciones entre las decisiones de diversos concilios. Y declaró que ni los concilios, ni los papas, eran la máxima autoridad de la iglesia, sino la Biblia.
Esa fue la razón más importante por la que Lutero fue condenado como «hereje». Si la Biblia era la máxima autoridad, entonces cualquier persona podía contradecir a los líderes de la iglesia, si existía una razón bíblica para hacerlo. El papa, y los otros líderes importantes, percibieron eso como un ataque frontal contra su autoridad – y de hecho lo fue.

Existen entonces dos modelos fundamentalmente distintos de «iglesia»:

En el modelo católico romano, la autoridad descansa en los líderes de la iglesia, y en las enseñanzas de líderes anteriores (la «tradición»). Todos los miembros de la iglesia tienen que someterse a sus líderes como «autoridades».
En este modelo, la Biblia se vuelve un instrumento de dominio en las manos del liderazgo: Los líderes máximos pueden exigir cualquier cosa de sus súbditos, diciendo que la Biblia lo manda (según la interpretación de los líderes). Así pudieron llegar los conquistadores españoles a América, y decir a los reyes de los pueblos, que Dios les mandaba someterse al rey de España y al papa. Hasta hoy, la gran mayoría de los latinoamericanos creen que el cristianismo consiste en someterse bajo algún caudillo religioso.

En el modelo reformado, la autoridad descansa en la Biblia, la palabra de Dios escrita. Aunque unos cristianos pueden ejercer funciones de liderazgo, básicamente todos son hermanos. «Uno [solo] es el maestro de ustedes, el Cristo; y ustedes son todos hermanos.» (Mateo 23:8.)
En consecuencia, cada miembro puede confrontar y reprender a un líder que enseña o actúa en contra de la Biblia. En este modelo, la Biblia es un instrumento de gobierno en las manos de cada miembro, no solamente del «liderazgo». El que es del lado de la Biblia, tiene la razón. No importa si es un líder poderoso o un «miembro común».

El modelo reformado concuerda mucho más con Jesús y los apóstoles. En ningún lugar dice el Nuevo Testamento que debamos someternos bajo un líder que está equivocado, que vive en pecado, o que enseña a otros a pecar. Pablo dice a los gálatas que no debían recibirle ni a él mismo, si él estuviera enseñando algo en contra del evangelio original (Gálatas 1:8). Los bereanos son llamados «nobles», porque evaluaban las enseñanzas de Pablo, a base de las Escrituras (Hechos 17:11). Al despedirse de los ancianos de Éfeso, Pablo dice: «Y ahora, hermanos, les encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder de edificarles y darles la herencia entre los santificados a todos.» (Hechos 20:32) No dice: «Les encomiendo a mi sucesor, al obispo, cardenal, superintendente, etc…». La palabra de Dios es la autoridad sobre la iglesia, por encima de todo líder humano.

Esta historia tiene mucha importancia para las iglesias evangélicas actuales. Los evangélicos dicen ser herederos de la Reforma. Sin embargo, muchas de sus iglesias aplican el modelo romano: Exigen «sumisión bajo el pastor», y no permiten que los miembros examinen bíblicamente lo que enseña y hace el «pastor». Hacen sus decisiones según la opinión de los líderes influenciales, o según sus costumbres, tradiciones y reglamentos, pero no según la Biblia. Dan más importancia a la «lealtad hacia la institución», en vez de la lealtad hacia Cristo. Muchos evangélicos, en realidad no se han convertido a Cristo; se han convertido a las costumbres y tradiciones de una denominación o congregación en particular.

Una iglesia que quiere ser iglesia de Cristo, tiene que hacer una decisión fundamental, de una vez por todas: Tiene que decidir que la palabra de Dios prevalece sobre la palabra de todo líder, pastor, teólogo, o quien sea. Un líder que no está dispuesto a ser corregido por la palabra de Dios, aun de la boca del hermano más humilde, un tal líder no es apto para dirigir al pueblo de Dios.

¿Quieres seguir a Cristo, seriamente? – Entonces decide ahora, dar a Su palabra una importancia mayor que a las palabras de todos tus hermanos y líderes. Si queremos ser seguidores de Cristo, tenemos que dar el primer lugar a Él.

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