La iglesia en Apocalipsis: La perspectiva celestial

En el libro de Apocalipsis, la perspectiva cambia continuamente entre la tierra y el cielo. Los capítulos 4, 5, 7, 10, 14, 15, 21 y 22 describen casi únicamente lo que sucede alrededor del trono de Dios. Esta perspectiva es esencial para entender el Apocalipsis: Su énfasis principal no está en los sucesos terrenales. En esta tierra suceden y sucederán muchas cosas espantosas, y podríamos desanimarnos y amedrentarnos si viéramos solamente este lado. Pero la revelación de Dios nos muestra que los sucesos de esta tierra no son la última realidad: Dios es soberano; Él está sentado sobre el trono y tiene todo bajo control. Es Dios quien dirige la historia del mundo hasta su fin. Uno de los pasajes claves de Apocalipsis es la «canción de los vencedores»:

«¡Grandes y asombrosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso!
¡Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de las naciones!
¿Quién no te temerá, Señor, y glorificará tu nombre?
Porque solo tú eres santo,
porque todas las naciones vendrán y adorarán delante de ti,
porque tus juicios justos se manifestaron.»
(Apocalipsis 15:3-4)

Dios es todopoderoso, santo y justo. Él lleva a cabo Sus juicios justos, y nada y nadie puede estorbarle. Este es un mensaje de ánimo y consuelo para todo el que está del lado del Señor; pero es motivo de temer para aquellos que se oponen a Él.

Dios tampoco necesita a agentes humanos para llevar a cabo Sus juicios en la tierra. Él es soberano y juzga en Su propio poder. Y donde Él utiliza a humanos como instrumento de juicio, lo hace de tal manera que estos instrumentos ni siquiera están conscientes de ello; como lo hizo en los tiempos del Antiguo Testamento con los reyes de Asiria y de Babilonia.

Por eso, las profecías en Apocalipsis nos llaman en primer lugar a adorar a Dios y a reconocer Su soberanía. «¡Teman a Dios y denle gloria, porque llegó la hora de su juicio, y adoren al que hizo el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de aguas!» (14:7) De hecho, aquellos capítulos que describen escenas celestiales, están llenos de adoración.

Esta es la perspectiva que Dios quiere que asumamos desde el inicio. Por eso, la visión no comienza con profecías acerca de eventos futuros. Comienza con una visión de Jesús mismo en Su gloria y poder celestial:

«…Su cabeza y sus cabellos blancos como lana blanca, como nieve; y sus ojos como una llama de fuego; y sus pies semejantes a bronce bruñido, como ardiente en un horno; y su voz como el sonido de muchas aguas; y tenía en su mano derecha siete estrellas; y de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro brillaba como el sol en su poder.» (1:14-16)

Lo primero que el pueblo de Dios necesita en estos últimos tiempos, es conocer y reconocer la majestad de Jesús. La visión era tan impresionante y poderosa que Juan «cayó como muerto a sus pies». Este quebrantamiento ante la majestad del Señor fue necesario para que Juan pudiese seguir recibiendo Su palabra; y es necesario también para nosotros, para poder entender Su palabra. – Este tema continúa en las visiones de los capítulos 4 y 5, donde el Señor permite a Juan ver el trono de Dios y participar en la adoración de los millones de ángeles que lo rodean.

Otro aspecto importante para el pueblo de Dios en los últimos tiempos son «las oraciones de los santos». (Recordemos que todos los verdaderos cristianos nacidos de nuevo son santos.) Estas oraciones llegan como un sacrificio de incienso ante Jesús y el trono de Dios (5:8). Más tarde dice que hubo «silencio en el cielo como media hora» (8:1). Este silencio termina cuando un ángel trae un incensario con las oraciones de los santos. Después, el incensario se arroja a la tierra, y con eso continúan los juicios de Dios (8:3-5). La oración es entonces el único medio por el cual el pueblo de Dios contribuye activamente al cumplimiento de los juicios de Dios en la tierra: Después de que las oraciones de los santos llegan ante el trono de Dios, los juicios pueden continuar.

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