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La iglesia en las cartas de Apocalipsis – Parte 2

07/05/2020

En la reflexión anterior hemos estudiado los primeros tres mensajes a las iglesias en Apocalipsis. Y hemos señalado el mensaje central en todas las siete cartas: «¡Vuelve a lo que era en el principio!» Este es también el mensaje profético del Señor para las iglesias de hoy. Estudiaremos bajo este aspecto los otros cuatro mensajes.

Tiatira: Amor sin discernimiento

La iglesia de Tiatira era conocida por sus «obras, amor, fe, servicio, y perseverancia» (2:19). Obviamente era una iglesia que enfatizaba el amor al prójimo y la ayuda mutua, y el Señor los alaba por eso. Pero la iglesia de Tiatira cayó en el error opuesto al de Éfeso: Por ejercer amor, se olvidaron de usar su discernimiento. Por eso, el amor mismo comenzó a pervertirse, de las siguientes maneras:

El «amor» como inmoralidad sexual. «…enseña y engaña a mis siervos a fornicar…» (2:20) O sea, algunos de ellos confundieron el amor con relaciones sexuales fuera del matrimonio; e incluso «enseñaron» eso.

El «amor» como tolerancia hacia el pecado. «Pero tengo contra ti que dejas a la mujer Jezabel, la que se llama a sí misma una profetisa, y enseña …» (2:20) Aun quienes no cometieron esos pecados, toleraron que se cometiesen y que se enseñasen, dentro de la iglesia. La palabra «dejas» es la misma que se traduce también con «perdonar». Por un amor mal entendido, los miembros de la iglesia de Tiatira «perdonaron» a una falsa profetisa, mujer inmoral y pecadora, a pesar de que ella misma no mostraba ninguna señal de arrepentimiento (2:21).

Todo eso es de mucha actualidad hoy en día. Muchas congregaciones actuales se están llenando de pecado, de inmoralidad, y de falsas enseñanzas; y además se enseña a los miembros: «Hay que tener amor, hay que perdonar». El Señor reprende esta actitud y demuestra que Él es quien juzga con justicia (2:22-23). El perdón es solamente para los arrepentidos; y el amor verdadero no excluye el ejercer discernimiento.

Sardis: Los cristianos «solo de nombre»

La iglesia de Sardis tiene el «nombre» (o la reputación) de ser una iglesia viva. La carta no dice en qué se basa la buena reputación de esa iglesia; pero por el contexto debemos asumir que se trataba de asuntos de la apariencia exterior, similares a los que se admiran también en muchas congregaciones hoy en día: cuando una congregación crece en número y se vuelve grande; cuando tiene un predicador que es muy buen orador; cuando sus reuniones son muy vivas y emocionales; cuando tiene buena música; cuando tiene programas sociales llamativos; y similares. El Señor dice que en Sus ojos, nada de eso fundamenta una buena reputación: «…pero estás muerto. … porque no encontré tus obras completas ante Dios.» (3:1-2)

La vida espiritual no se mide según la apariencia exterior. El verso 4 dice que hay unos pocos en Sardis que «no contaminaron sus vestidos». Eso sugiere que el mayor problema de Sardis era el pecado escondido, que no se ve en la superficie, pero que aparece ante los ojos de Dios como una «contaminación de sus vestidos». – El verso 3 muestra que además, los de Sardis habían olvidado o descuidado «lo que has recibido y escuchado». No podían ver ningún problema con la situación actual de su congregación, porque se evaluaban solamente según la apariencia, no según la palabra de Dios que habían recibido al principio.

Esta clase de iglesia también abunda en el mundo actual. Congregaciones que tienen como meta principal, dar una buena impresión ante el mundo, ganar más miembros, ser conocidos y famosos. No pueden imaginarse que algo está mal, porque «estamos creciendo, tenemos buena prensa, estamos prosperando económicamente …» Si uno les habla de que la primera iglesia era diferente, si uno les habla del nuevo nacimiento, de pureza y de santidad, dicen: «Pero esas ideas son obsoletas, la iglesia se ha desarrollado desde entonces, estamos ahora a un nivel más avanzado que los cristianos primitivos.» Son cristianos «solo de nombre», creen que son cristianos porque lucen bien hacia afuera; pero no se evalúan a sí mismos según los criterios de la palabra de Dios.
La apreciación de Dios acerca de esta iglesia es más tajante que en cualquier otra: «Estás muerto.» La mayoría de sus miembros ni siquiera tienen vida espiritual; nunca conocieron al Señor de verdad; nunca nacieron de nuevo. Creen que son cristianos porque aprendieron a darse la apariencia de cristianos; pero su corazón sigue dominado por el pecado. «Unos pocos» no más son dignos de caminar con el Señor (3:4).

La iglesia de Sardis tiene poca esperanza de recuperarse. Solamente una pequeña parte de ella está todavía con vida; y esa pequeña parte también está «por morir» (v.2). Una tal iglesia, si continúa su camino, no solamente muere por completo: se convierte en «Babilonia».
Aun así, el Señor la llama al arrepentimiento. Un arrepentimiento radical y profundo, y un regreso decidido a «lo que has recibido y escuchado», podría todavía salvar a esa iglesia. Pero tendrá que renunciar a todo lo que es su orgullo: su buena reputación, sus «servicios» vistosos, sus «shows», todos los intentos de presentar una buena apariencia exterior. Tendrá que parar sus actividades exteriores que no tienen sustancia espiritual, y en su lugar concentrarse en una limpieza radical interior, del corazón.

Filadelfia: Cuando soy débil, entonces soy fuerte

La iglesia de Filadelfia era lo contrario de Sardis. Tenía «poca fuerza» (3:8), no podía mostrar muchos logros externos, y así es probable que tampoco gozaba de la buena reputación que tenía la iglesia de Sardis.

Pero esta iglesia débil retuvo fielmente la palabra del Señor: «Guardaste mi palabra y no negaste mi nombre. (…) Porque guardaste la palabra de mi perseverancia …» (3:8.10) Esta iglesia no seguía las corrientes de los tiempos, ni cedía a las presiones y persecuciones. Por eso el Señor les promete «una puerta abierta, que nadie puede cerrar» (3:8). Eso puede referirse a la eternidad, una puerta para entrar al reino de los cielos (Mateo 7:13, 25:10). Pero también puede referirse a oportunidades en esta tierra, de anunciar el evangelio con éxito.

En este contexto, Dios les da una promesa inusual: «Les doy de la sinagoga del satanás, los que dicen de sí mismos que son judíos, pero no lo son, sino que mienten; mira, haré que ellos vengan y adoren [a Dios] delante de tus pies y conozcan que yo te amé.» (3:9) – Esta promesa habla de la conversión de un grupo particular que es sumamente difícil de convencer: los de «la sinagoga del satanás, los que dicen de sí mismos que son judíos, pero no lo son». ¿A quiénes se refiere esto?
– En los tiempos de Juan, eso puede haberse referido a aquellos judíos que habían rechazado a Jesús, y perseguían a los otros judíos que seguían al Señor. Pero el libro de Apocalipsis es a la vez una profecía para todos los tiempos. Entonces debe tener también una aplicación para las iglesias entre las naciones no judías. Apocalipsis 17 predice el surgimiento de una falsa iglesia, de quienes dicen de sí mismos que son cristianos, y no lo son. ¿No se aplicaría la expresión a ellos también?
Llama la atención que esa referencia a una «sinagoga de satanás» aparece dos veces en Apocalipsis: aquí, y en 2:9, en la carta a Esmirna. O sea, exactamente en las cartas a aquellas dos iglesias que se conservaron como iglesias cristianas genuinas, donde el Señor no tiene que reprochar nada. ¿No será entonces que esta expresión se aplique también a los apóstatas en las otras iglesias, por ejemplo del tipo Sardis?
Exactamente respecto a ese grupo de los falsos hermanos y perseguidores, la iglesia de Filadelfia recibe la promesa de que algunos de ellos reconocerán a Dios, y reconocerán que ellos, los de Filadelfia, son cristianos verdaderos. Solamente la iglesia débil, pero fiel y perseverante, recibe esta promesa.

La iglesia de Filadelfia recibe además la promesa de que «también yo te guardaré de la hora de la prueba que va a venir sobre toda la tierra habitada …» (3:10). Para preservar la fe en esos tiempos, no se necesita una gran fuerza. Pero se necesita retener fielmente la palabra de Dios, tal como fue dada en el inicio; se necesita volver a lo que eran los fundamentos de la primera iglesia, y no mezclar la verdad de Dios con los inventos y mandamientos de hombres que vinieron posteriormente.

Y para la eternidad, el Señor promete a los de Filadelfia que serán hechos una «columna en el templo de mi Dios» (3:12). Una columna es expresión de una gran fuerza y estabilidad. Justo aquellos que tenían «poca fuerza», según criterios terrenales, serán hechos «columnas» en la nueva creación de Dios.

Laodicea: Cristianismo sin Cristo

La iglesia de Laodicea, a primera vista no parece tan mala. No hicieron nada malo. No robaron, no fornicaron, no blasfemaron, no recibieron falsas enseñanzas. Y todos parecen contentos y felices. No están muertos como los de Sardis. Solamente un poco tibios. ¿Cuál es el problema con eso?

Tenemos que leer hasta el versículo 20 para entender dónde está el verdadero problema:

«Mira, estoy parado a la puerta y toco. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo.»

Estas palabras se usan con frecuencia en prédicas evangelísticas. Pero en su contexto no se dirigen a incrédulos. ¡El Señor está hablando a la iglesia! Aquí tenemos que preguntarnos: ¿Por qué el Señor tiene que tocar la puerta de la iglesia? ¿Por qué no se encuentra dentro?
Una parte de la respuesta tenemos en el verso 17. Los laodicenses decían: «No necesito nada.» En otras palabras: «¡No te necesitamos, Jesús! Ya lo tenemos todo.» Cuando una congregación cree que sabe cómo hacer las cosas, que ya lo tienen todo, entonces el Señor se retira silenciosamente. O aun peor: la congregación expulsa al Señor. Temo que muchas congregaciones actuales hayan expulsado al Señor de en medio de ellos, porque Él no se adapta a los criterios de ellos. Y ni siquiera se han dado cuenta de que el Señor ya no está presente entre ellos. Sus programas siguen funcionando; los miembros siguen «asistiendo»; todos siguen contentos y felices.

La presencia del Señor incomoda y alborota a una congregación como esta. Predicadores de avivamiento como John Wesley, George Whitefield, o Charles Finney incomodaron y alborotaron a las iglesias de su tiempo, porque les dijeron: «¡Ustedes – los miembros bautizados de las iglesias – ustedes necesitan nacer de nuevo! ¡Ustedes necesitan arrepentirse! ¡Ustedes necesitan conocer a Dios!» – Muchas congregaciones expulsaron a esos predicadores incómodos. Y con eso expulsaron al Señor.

La iglesia acomodada de Laodicea no entiende que el Señor quiere más que unos «servicios» o «cultos» que funcionen bien. El Señor quiere más que ritos religiosos. El Señor quiere más que unos cristianos inofensivos que se contentan con «no hacer nada malo», pero que tampoco hacen nada bueno. Una congregación que «funciona bien», puede estar en mayor peligro que una que experimenta problemas y conflictos, porque la congregación que «funciona bien», ya no está consciente de su necesidad.

De esta clase de congregaciones también encontramos muchas en el tiempo presente. Especialmente entre aquellas que se han vuelto «respetables», económicamente estables, y que ya tienen una tradición de varias generaciones. Su única esperanza consiste en escuchar al Señor tocar la puerta, arrepentirse por haberlo echado fuera, y darle de nuevo el lugar que le corresponde en la iglesia. Entonces podrán experimentar nuevamente lo que les falta y lo que despreciaron: la koinonía cercana con el Señor mismo, y unos con otros. «Cenaré con él, y él conmigo.» (3:20)