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La actitud de la iglesia frente al estado en los últimos tiempos

18/06/2020

El concepto del Nuevo Testamento respecto al estado es ambivalente. En Romanos 13 se decribe al gobierno como instituido por Dios, «siervo de Dios» para alabar lo bueno y castigar lo malo. En Apocalipsis 13, en cambio, se lo describe como una bestia que blasfema a Dios y hace la guerra contra los santos. ¿Cómo reconciliamos estos dos conceptos?

Un detalle es que Pablo escribió a los romanos cuando los emperadores todavía no habían empezado a perseguir a los cristianos. Pero cuando Juan escribió el Apocalipsis, unos cuarenta años más tarde, ya habían sucedido varias persecuciones, y Juan mismo era víctima de una persecución. Así que los primeros lectores del Apocalipsis no tenían dudas acerca de quién era la bestia en sus tiempos.

Entonces, la manera de ver el gobierno varía según las acciones del gobierno. Necesitamos sabiduría de Dios para distinguir si estamos en una situación de «Romanos 13» o en una situación de «Apocalipsis 13». Eso no es tan sencillo como decir: «Este gobierno es bueno, y ese otro gobierno es malo.» Aun un gobierno hostil contra los cristianos puede ser eficaz en proteger a sus ciudadanos contra robos o asesinatos. Y un gobierno favorable hacia los cristiano puede, por el otro lado, ser corrupto y dictar leyes impías.
Un buen principio es Hechos 5:29: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.» Jesús dijo algo similar: «Den a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.» (Mateo 22:21.) Normalmente es lo correcto, obedecer al gobierno. Pero en ciertas situaciones es necesario desobedecer al gobierno, para cumplir una orden de Dios. En el caso de Hechos 5:29, los apóstoles eran comisionados por Dios para anunciar el evangelio de Cristo. Obedecer a las autoridades hubiera significado desobedecer a esa comisión de Dios.

Apocalipsis 13 nos muestra que los gobiernos del mundo tienen la tendencia de volverse totalitarios: de extender su poder cada vez más en áreas de la vida privada que no les corresponde controlar. Así que los seguidores del Señor a veces tienen que desobedecer al gobierno cuando éste quiere prohibirles reunirse, educar a sus propios hijos, ayudarse unos a otros económicamente, etc. Puede ser necesario llevar a cabo actividades espirituales, caritativas, de koinonía, etc, en contra de una orden de las autoridades.
Por el otro lado, el Nuevo Testamento en ninguna parte nos anima a desafiar o combatir abiertamente al gobierno, ni siquiera cuando es un gobierno malo. Los cristianos en el imperio romano nunca intentaron derrocar al gobierno. Seguían obedeciendo a todas las leyes romanas que podían obedecer con buena conciencia. Solamente que para poder seguir viviendo como comunidad cristiana, tenían que retirarse de las áreas controladas por el gobierno; y tenían que negarse, por ejemplo, a ofrecer el sacrificio obligatorio en adoración al César.
En Apocalipsis 13:5 y 7 dice que a la bestia fue dado exousía, autoridad legítima. Aunque ella se levanta contra Dios y hace la guerra contra los discípulos del Señor, aun con eso está cumpliendo un propósito de Dios – igual como Nabucodonosor cumplió un propósito de Dios cuando destruyó Jerusalén y llevó cautivos a los judíos. Los seguidores del Señor no deben recibir la marca de la bestia; o sea, no deben hacerse sus siervos, no deben declararle su lealtad, no deben rendirle adoración; pero tampoco deben rebelarse contra ella. Eso es un equilibrio difícil de mantener; pero es lo que significa «dar a César lo que es de César, y dar a Dios lo que es de Dios».

Por causa de la tendencia de «bestializarse», que existe en todas las instituciones, la iglesia del Nuevo Testamento se mantuvo independiente del estado, hasta donde fue posible. Los primeros cristianos obedecían al estado en todo lo que era compatible con los mandamientos y el llamado de Dios, pero se cuidaban de mezclarse demasiado con el estado. Establecían sus propias estructuras en cuanto a la economía, salud, educación, ayuda social, etc. Según la enseñanza bíblica, las familias y la comunidad cristiana son responsables de estas áreas, no el estado. (Vea también las reflexiones sobre economía cristiana.)
Esto significa que el pueblo de Dios del Nuevo Testamento se mantiene alejado de las áreas controladas por el estado, pero en consecuencia también renuncia a ciertos beneficios asociados con ello. Por ejemplo, prefiere proveer una educación cristiana para sus hijos, en vez de beneficiarse de la oferta de una escuela estatal gratuita, ya que allí enseñan maestros que no traen la enseñanza de Cristo (2 Juan 9-10). Prefiere renunciar al beneficio de poder comprar y vender, en vez de recibir la marca de la bestia (Apocalipsis 13:17, 14:9-13).
Según 1 Corintios 6:1-6, el pueblo de Dios debería incluso tener su propio sistema judicial. (Vea también esta reflexión.) Pero eso funciona solamente si en el pueblo de Dios hay personas con suficiente sabiduría e integridad para juzgar con justicia. Eso no es aplicable en la situación actual, donde la mayoría de las congregaciones en sus casos «disciplinarios» no respetan ni siquiera los estándares fundamentales de justicia y de un proceso debido como se aplican en la justicia secular, y mucho menos los principios más elevados de integridad que Dios establece. Pero según el plan original de Dios, Su pueblo debería ser una luz en el mundo (Mateo 5:14-16), en todas estas áreas que hemos mencionado.

Al mismo tiempo, la iglesia del Nuevo Testamento se cuida contra las tentaciones de «bestializarse» ella misma. Por eso mantiene sus estructuras descentralizadas y familiares, de persona a persona.
El reino de la bestia concentra el poder sobre el mundo entero, de manera centralizada. La ramera, mientras tiene poder, es aliada con ese poder centralizado.
El pueblo del Señor, en cambio, no tiene ningún «centro» en esta tierra. Su centro es el Señor Jesús en el cielo. Él está en comunión directa con cada uno de Sus miembros aquí en la tierra. Por tanto, no hay necesidad ni beneficio en establecer una organización centralizada de la iglesia en la tierra. Al contrario: La iglesia funciona mejor en forma de «familias de familias» descentralizadas, donde cada grupo y cada persona individualmente mantiene su comunión con el Señor y es dirigida por Él. Especialmente en tiempos de crisis y persecución, una organización centralizada es más vulnerable de quebrantarse, o de ser controlada o infiltrada por fuerzas anticristianas. (Recordamos que la comunicación entre los grupos puede mantenerse mediante obreros itinerantes, sin que éstos tengan algún «poder de mando» centralizado.)

A lo largo de la historia han dominado otros conceptos de la relación entre iglesia y estado, basados en la idea de la iglesia como una «institución» al lado del estado:

– El estado como protector de la iglesia (Constantino):
El emperador Constantino hizo del cristianismo una «religión lícita», o sea oficialmente reconocida por el estado. Con eso terminaron las persecuciones; pero la iglesia se volvió dependiente del estado. En este concepto, es el estado que otorga legitimidad a la iglesia. La iglesia se convierte en algo como una ONG, que puede operar con el permiso del gobierno, pero solamente dentro de los parámetros que el gobierno establece.
En la actualidad, muchas iglesias evangélicas buscan o ya tienen esta clase de reconocimiento oficial. Pero con eso se niega el origen divino de la iglesia. Es Dios, no el estado, quien legitimiza la iglesia. Y la iglesia no puede organizarse según los parámetros del estado o de una asociación civil, porque Dios ya le ha dado una forma de organizarse. Una iglesia dependiente de un reconocimiento estatal se corrompe.

– La iglesia estatal (Teodosio):
El emperador Teodosio hizo del cristianismo la religión oficial obligatoria del imperio. Ahora era no solamente legítimo, era obligatorio pertenecer a la iglesia. Ahora la iglesia ya no era solamente una institución al lado del estado; ahora se hizo idéntica con el estado. Con eso se desvirtuó por completo el propósito de la iglesia. Ahora ya no existía distinción entre los que eran del Señor, y los que no eran de Él. También empezó a borrarse la distinción entre los órganos del gobierno y de la iglesia. El rol de los líderes de la iglesia empezó a asemejarse al de funcionarios estatales.

– La iglesia por encima del estado (Edad Media):
Después de las turbulencias que causó la caída del imperio romano, surgió nuevamente la idea de una iglesia estatal. Pero ahora con una matiz distinta: la iglesia gobernaba sobre el estado. Era el papa quien coronaba a los emperadores. Y durante gran parte de la Edad Media, el papa también mandaba sobre los emperadores y reyes. Según la enseñanza romana, eso era lo que significa el milenio: el reino de Cristo en la tierra. (Vea [[.]] acerca del milenio.) Pero los reformadores lo vieron de la manera opuesta: fue el reino de la ramera sentada sobre la bestia.

Esos tres conceptos que acabamos de mencionar, tienen un fondo común: consideran a la iglesia como una institución semejante a las instituciones de este mundo, creada según la imagen del estado secular. Dondequiera que surge uno de estos conceptos, podemos saber que la iglesia se está convirtiendo en ramera. Es la ramera que fornica con los reyes de la tierra (Apocalipsis 17:2, 18:3), que hace negocios para enriquecer a los comerciantes de la tierra (Apocalipsis 18:3.15), y que incluso reina sobre los reyes de la tierra (Apocalipsis 17:18). La iglesia del Señor no es una institución de este mundo, porque el reino de Cristo no es de este mundo (Juan 18:36). Sus miembros pueden individualmente asumir distintos papeles en el estado – incluso el de gobernante, en el caso excepcional de que Dios los dirija así. Pero la iglesia en conjunto no es ninguna institución de influencia política. No es ni siquiera una institución, según los conceptos de este mundo.

¿Existe una economía cristiana? – Parte 2

21/04/2020

En el artículo anterior hemos visto unas características de una economía cristiana. Deseo añadir unos puntos más.

Descentralización

Como hemos visto en los artículos sobre las finanzas de la iglesia del Nuevo Testamento, la generosidad y el apoyo a los necesitados sucedían mayormente en la responsabilidad de cada cristiano individual. O sea, existía la mayor descentralización posible, donde cada persona (o cada familia) decidía cómo administrar los bienes que tenían en su poder, en responsabilidad propia ante Dios.

Lo mismo se puede aplicar a una economía cristiana en general. El «cuerpo de Cristo» tiene una única Cabeza, que es Cristo mismo. En este sentido podríamos decir que es «centralizado». Pero entre sus miembros, aquí en la tierra, existe una estructura completamente descentralizada. «Uno solo es vuestro Maestro; y ustedes todos son hermanos» (Mateo 23:8). Los miembros de un cuerpo no se dan órdenes los unos a los otros. Si aplicamos eso a la economía: En la iglesia del Nuevo Testamento no existe ninguna jerarquía que podría ordenar a un cristiano lo que debe hacer con sus bienes. Pero cada uno está bajo las órdenes del Señor mismo.

Por el otro lado, en un cuerpo existe mucha colaboración mutua entre células y miembros cercanos. Así también en una comunidad genuinamente cristiana, se formarán redes de apoyo mutuo entre miembros que se conocen personalmente y que viven cercanos los unos de los otros. Habrá un intercambio mutuo de bienes y servicios, según los «talentos» que Dios dio a cada uno. No habrá necesidad de ninguna organización o dirección central, ya que cada uno se rige según la voluntad de Dios y según el bien de sus prójimos. Como hemos visto en el artículo anterior, esa colaboración no surgirá desde el deseo de hacer ganancia, sino desde el deseo de agradar a Dios y de servir al prójimo. Pero la historia demuestra, especialmente en el ejemplo de los países reformados, que Dios a menudo recompensa estas actitudes también materialmente.

En las iglesias actuales no he visto que se practicaría esta clase de colaboración descentralizada. Por un lado, eso puede ser por causa de la cultura centralista que nos rodea. En la política existe un uso propagandístico de la palabra «descentralización», que en realidad significa «centralismo». Por ejemplo, se instituyen gobiernos regionales y locales, y se dice que con eso un país está «descentralizado». Pero esos gobiernos regionales y locales tienen que someterse al dictado del gobierno central; tienen competencias muy limitadas. No tienen la autonomía de decidir acerca de su organización, acerca de sus finanzas, y muchas otras áreas. En realidad funcionan como representantes del gobierno central en sus regiones. Eso no es descentralización, al contrario, es centralismo. En un país realmente descentralizado, como Alemania, Suiza, o (un poco menos) los Estados Unidos, sus regiones o estados tienen gobiernos prácticamente autónomos: Tienen sus propios parlamentos, organizan sus propias elecciones, deciden internamente acerca de sus finanzas, tienen su propio sistema escolar. En Suiza hasta tienen su propio sistema de recaudación de impuestos. Sin esta clase de autonomía regional, no se puede realmente hablar de «descentralización».
Pero el cuerpo de Cristo en el Nuevo Testamento nos muestra un organismo descentralizado, de verdad y no solamente en un sentido propagandístico.

Por el otro lado, las iglesias pueden dificultar en entender este punto, por causa de un muy difundido concepto falso acerca del «reino de Dios». Ese concepto dice que «reino» equivale a «jerarquía» y «gobierno autoritario«. Ya que los reyes de esta tierra gobiernan de manera autoritaria y exigen obediencia absoluta, dicen, que también los líderes de la iglesia serían «autoridades» a quienes debemos una obediencia sin cuestionar. Este concepto se originó con el catolicismo romano, pero se ha difundido también en muchas iglesias evangélicas, y hasta en círculos que se distancian de las iglesias institucionales y dicen representar un regreso genuino al Nuevo Testamento. Por ejemplo, un representante de esa corriente enseña que «los apóstoles son los banqueros de Dios», y que también hoy en día, los creyentes deban entregar todos sus bienes que no son necesarios para la vida a un grupo selecto de apóstoles, para que ellos los administren de manera centralizada.
Tales ideas no son un regreso al Nuevo Testamento; son mas bien un regreso al oscurantismo de la Edad Media. Jesús dijo claramente que los líderes en Su pueblo no debían «gobernar» como los reyes de este mundo. «Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que las dominan, se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no sean así; sino que el mayor entre ustedes se vuelva como el más joven, y el que guía como el que sirve.» (Lucas 22:25-26)

Además, si Jesús dijo que no debemos acumular tesoros en la tierra, eso seguramente vale también para la iglesia en conjunto. Y una estructura económica centralizada es muy vulnerable en tiempos de crisis y de persecución. Cae el centro, y caen todos los que dependen de él. En cambio, la sabiduría de Eclesiastés dice: «Reparte a siete, y aun a ocho: porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra.» (Eclesiastés 11:2)

No contraer deudas

«Entreguen a todos lo debido (…) No deban nada a nadie, si no el amarse unos a otros …» (Romanos 13:7-8)
El amor lo tenemos que quedar «debiendo», porque nadie de nosotros es capaz de amar a su prójimo de una manera tan perfecta como Cristo. Pero en los asuntos materiales, no debemos quedar deudores.
Muchas personas se endeudan por impaciencia y codicia: Desean un nuevo carro, una nueva casa, un nuevo televisor plasma … pero no tienen la paciencia y disciplina para trabajar, esperar y ahorrar hasta tener el dinero necesario. Entonces gastan dinero que no tienen, y quedan atrapados en la deuda. Por su actitud materialista y mundana caen en la trampa del diablo.
Otros se endeudan para abrir un negocio. Eso es más entendible, porque existe la esperanza de que el negocio les permita pagar la deuda. Pero también en este caso hay que preguntarse: ¿Realmente tengo suficiente experiencia y habilidad en este negocio, para saber que me va a ir bien? ¿Y realmente necesito tanto dinero antes de empezar?
Cuando Dios llamó a Moisés para ir al faraón y a los israelitas, Moisés dijo: «Pero ellos no me creerán.» – Dios le responde: «¿Qué tienes en tu mano?» – «Una vara.» – Y con esa vara, Dios hizo milagros que confirmaron el llamado divino de Moisés. – De manera similar, cuando una gran multitud seguía a Jesús y no tenían nada que comer, Jesús preguntó a los discípulos: «¿Cuántos panes tienen?» – Y ellos respondieron: «Cinco, y dos peces.» (Marcos 6:38) – Jesús recibió estos pocos panes, y con ellos alimentó a la multitud. Normalmente, Dios pone en nuestras manos lo que necesitamos, y espera que empecemos con esto. También en la parábola de los talentos, el Señor los repartió a sus siervos, «a cada uno según su capacidad» (Mateo 25:15). No dijo: «Saquen un préstamo para hacer negocios.» Les dio lo necesario. Con suficiente iniciativa y confianza, aun el siervo con el único talento podría haber ganado otro talento más. A menudo, las cosas que Dios bendice comienzan en lo pequeño. En los asuntos pequeños podemos ganar experiencia y demostrar nuestra fidelidad; y después Dios nos puede encomendar cosas mayores. (Vea Mateo 25:21.) Mucha gente se endeudó, o fracasó con un negocio, porque querían empezar demasiado grande.

– Por el otro lado, en ciertas circunstancias un negocio con préstamos puede funcionar dentro de los parámetros cristianos. Veremos eso en la siguiente sección.

– La Biblia dice también que no nos hagamos garantes por las deudas de otras personas. (Proverbios 6:1-5, 11:15, 22:26.)

Una economía de la confianza

En mi adolescencia yo empecé a buscar a Dios. En ese tiempo participé de unas vacaciones con un grupo cristiano. No recuerdo mucho de las actividades que hicimos, pero recuerdo lo que más me impresionó: En una pequeña habitación de la casa donde estábamos alojados, habían alistado un quiosco con dulces y refrigerios para comprar, y un termo con agua caliente para prepararse un té o café. Cada producto estaba rotulado con su precio, y había una caja para poner el dinero. A cualquier hora uno podía ir allí a comprar lo que uno deseaba. Nadie atendía ni vigilaba. Yo nunca antes había visto algo así. Me pregunté si no habría gente que se iba a llevar dulces sin pagar – o que incluso iban a sacar dinero de la caja en vez de poner. Y pensé: «Si esto funciona, ¡Dios debe existir!»

En los años siguientes volví a ver sistemas similares en otros grupos cristianos. Pero solamente en grupos interdenominacionales o informales; nunca en una iglesia institucionalizada. Y según mis experiencias en las iglesias, de hecho no creo que un tal sistema funcionaría allí. No existe suficiente integridad. Pero eso indica a la vez, que las iglesias existentes están muy, pero muy lejos de los estándares del Nuevo Testamento. ¿O podríamos imaginarnos a uno de los discípulos de la primera iglesia en Jerusalén, sacando dinero de la caja en vez de pagar honradamente?

Desde un punto de vista económico, un sistema basado en la confianza y la honestidad es mucho más rentable que uno basado en la vigilancia y el control. Organizar una vigilancia cuesta dinero, y ocupa el tiempo de personas que así son impedidas de hacer algo productivo. El teólogo Vishal Mangalwadi observó que eso fue exactamente uno de los factores claves en el desarrollo económico fenomenal de Europa y de Norteamérica durante los siglos 18 y 19. Nacido en la India, y habiendo pasado un tiempo de estudios en Europa, Mangalwadi tuvo muchas oportunidades para hacer comparaciones entre una cultura que fue profundamente influenciada por el cristianismo bíblico, y una cultura que no tuvo esa influencia, o sólo de manera superficial. Respecto a la economía, sus conclusiones se pueden resumir así:
En los países de la Reforma, el cristianismo bíblico produjo un nivel de integridad personal y honestidad nunca antes visto, en la población en general. Así surgió por primera y única vez una sociedad relativamente libre de corrupción y delincuencia. Esta honestidad a su vez generó confianza. La confianza hizo posible que se generalizaran transacciones y costumbres económicas que antes no habían sido posibles, o solamente de manera muy limitada. Por ejemplo:
El ahorro y los bancos. En una sociedad de desconfianza no tiene sentido juntar ahorros para invertirlos más tarde. El riesgo es demasiado grande que los ahorros serán robados por delincuentes, por el gobierno (que a menudo también consiste en delincuentes), o por el banco, si es que no se guardan en casa. Pero en una sociedad de honestidad y confianza, los ahorros están seguros, y aun se pueden encomendar a un banco sin correr riesgos mayores. Eso permitió operaciones económicas de mucho mayor envergadura que antes.
Las ventas al crédito. Éstas fueron introducidas por primera vez por Cyrus McCormick, el inventor de la máquina cosechadora en el siglo 19. Él solía vender sus máquinas antes de la temporada de la cosecha, cobrando una cuota inicial muy pequeña. Les dio a los agricultores la facilidad de pagar el resto después de vender su cosecha. Él pudo hacer eso sin correr riesgos, porque existía una confianza mutua entre él y los agricultores. Gracias a su invento, la producción de alimentos se multiplicó grandemente en los Estados Unidos y en el mundo entero. – En el caso de máquinas de producción, la venta al crédito tiene sentido, porque existe bastante seguridad de que la máquina contribuirá a una producción y ganancia mayor. En el caso de objetos improductivos, sin embargo, lleva al endeudamiento.

Por el otro lado, una economía basada en la confianza es vulnerable. En las iglesias de Galacia se habían infiltrado falsos hermanos «para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, y para esclavizarnos» (Gálatas 2:4). Así destruyeron la confianza mutua y la fe de los gálatas. De la misma manera se destruye también una economía de la confianza, cuando participa cierto número de personas que no son honestas y traicionan la confianza de los demás. Por eso, muchos países intentaron copiar los sistemas económicos y tecnológicos de los países de la Reforma, pero no tuvieron éxito, porque les hacía falta la integridad personal necesaria. Y por la misma razón se está actualmente quebrantando la economía también de los países de la Reforma, porque ellos ya desde hace más de 50 años están muy ocupados en destruir sus raíces cristianas. Con eso se destruyó la honestidad, y en consecuencia, la confianza.

Los países de la Reforma, durante aproximadamente tres siglos lograron mantener sociedades y economías basadas en la confianza. Las iglesias evangélicas en América Latina dicen ser herederas de la Reforma. Pero hasta donde veo, ellas han fracasado en este respecto. No existe en ellas un nivel de honestidad que justificara una confianza mayor que en el resto de la sociedad. No han establecido estructuras económicas propias, basadas en principios bíblicos. Mayormente se han integrado completamente en la economía de este mundo, así que también se quebrantarán junto con la economía de este mundo. En un solo campo veo que los evangélicos establecieron estructuras propias: las escuelas evangélicas. Pero esas escuelas copiaron los conceptos y métodos de las escuelas estatales; así que no podemos llamarlas específicamente «cristianas».

Para los verdaderos seguidores de Cristo se plantea ahora el gran reto de crear una economía marginal, pequeña por cierto (porque hay muy pocos verdaderos seguidores de Cristo), pero entre personas dignas de confianza, y basada en principios cristianos. Eso será difícil, ahora que la gran crisis ya comenzó. Y la existencia de iglesias institucionalizadas no ayuda para este fin; al contrario, lo estorba. Quizás por esta razón también, Dios permitió que tuvieran que cerrar. A los pocos que le amamos de corazón, quizás Él nos dará la misericordia de comenzar de nuevo y de actuar más seriamente según Su voluntad. Si no, solamente nos quedará humillarnos bajo Su juicio.