El concepto del Nuevo Testamento respecto al estado es ambivalente. En Romanos 13 se decribe al gobierno como instituido por Dios, «siervo de Dios» para alabar lo bueno y castigar lo malo. En Apocalipsis 13, en cambio, se lo describe como una bestia que blasfema a Dios y hace la guerra contra los santos. ¿Cómo reconciliamos estos dos conceptos?
Un detalle es que Pablo escribió a los romanos cuando los emperadores todavía no habían empezado a perseguir a los cristianos. Pero cuando Juan escribió el Apocalipsis, unos cuarenta años más tarde, ya habían sucedido varias persecuciones, y Juan mismo era víctima de una persecución. Así que los primeros lectores del Apocalipsis no tenían dudas acerca de quién era la bestia en sus tiempos.
Entonces, la manera de ver el gobierno varía según las acciones del gobierno. Necesitamos sabiduría de Dios para distinguir si estamos en una situación de «Romanos 13» o en una situación de «Apocalipsis 13». Eso no es tan sencillo como decir: «Este gobierno es bueno, y ese otro gobierno es malo.» Aun un gobierno hostil contra los cristianos puede ser eficaz en proteger a sus ciudadanos contra robos o asesinatos. Y un gobierno favorable hacia los cristiano puede, por el otro lado, ser corrupto y dictar leyes impías.
Un buen principio es Hechos 5:29: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.» Jesús dijo algo similar: «Den a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.» (Mateo 22:21.) Normalmente es lo correcto, obedecer al gobierno. Pero en ciertas situaciones es necesario desobedecer al gobierno, para cumplir una orden de Dios. En el caso de Hechos 5:29, los apóstoles eran comisionados por Dios para anunciar el evangelio de Cristo. Obedecer a las autoridades hubiera significado desobedecer a esa comisión de Dios.
Apocalipsis 13 nos muestra que los gobiernos del mundo tienen la tendencia de volverse totalitarios: de extender su poder cada vez más en áreas de la vida privada que no les corresponde controlar. Así que los seguidores del Señor a veces tienen que desobedecer al gobierno cuando éste quiere prohibirles reunirse, educar a sus propios hijos, ayudarse unos a otros económicamente, etc. Puede ser necesario llevar a cabo actividades espirituales, caritativas, de koinonía, etc, en contra de una orden de las autoridades.
Por el otro lado, el Nuevo Testamento en ninguna parte nos anima a desafiar o combatir abiertamente al gobierno, ni siquiera cuando es un gobierno malo. Los cristianos en el imperio romano nunca intentaron derrocar al gobierno. Seguían obedeciendo a todas las leyes romanas que podían obedecer con buena conciencia. Solamente que para poder seguir viviendo como comunidad cristiana, tenían que retirarse de las áreas controladas por el gobierno; y tenían que negarse, por ejemplo, a ofrecer el sacrificio obligatorio en adoración al César.
En Apocalipsis 13:5 y 7 dice que a la bestia fue dado exousía, autoridad legítima. Aunque ella se levanta contra Dios y hace la guerra contra los discípulos del Señor, aun con eso está cumpliendo un propósito de Dios – igual como Nabucodonosor cumplió un propósito de Dios cuando destruyó Jerusalén y llevó cautivos a los judíos. Los seguidores del Señor no deben recibir la marca de la bestia; o sea, no deben hacerse sus siervos, no deben declararle su lealtad, no deben rendirle adoración; pero tampoco deben rebelarse contra ella. Eso es un equilibrio difícil de mantener; pero es lo que significa «dar a César lo que es de César, y dar a Dios lo que es de Dios».
Por causa de la tendencia de «bestializarse», que existe en todas las instituciones, la iglesia del Nuevo Testamento se mantuvo independiente del estado, hasta donde fue posible. Los primeros cristianos obedecían al estado en todo lo que era compatible con los mandamientos y el llamado de Dios, pero se cuidaban de mezclarse demasiado con el estado. Establecían sus propias estructuras en cuanto a la economía, salud, educación, ayuda social, etc. Según la enseñanza bíblica, las familias y la comunidad cristiana son responsables de estas áreas, no el estado. (Vea también las reflexiones sobre economía cristiana.)
Esto significa que el pueblo de Dios del Nuevo Testamento se mantiene alejado de las áreas controladas por el estado, pero en consecuencia también renuncia a ciertos beneficios asociados con ello. Por ejemplo, prefiere proveer una educación cristiana para sus hijos, en vez de beneficiarse de la oferta de una escuela estatal gratuita, ya que allí enseñan maestros que no traen la enseñanza de Cristo (2 Juan 9-10). Prefiere renunciar al beneficio de poder comprar y vender, en vez de recibir la marca de la bestia (Apocalipsis 13:17, 14:9-13).
Según 1 Corintios 6:1-6, el pueblo de Dios debería incluso tener su propio sistema judicial. (Vea también esta reflexión.) Pero eso funciona solamente si en el pueblo de Dios hay personas con suficiente sabiduría e integridad para juzgar con justicia. Eso no es aplicable en la situación actual, donde la mayoría de las congregaciones en sus casos «disciplinarios» no respetan ni siquiera los estándares fundamentales de justicia y de un proceso debido como se aplican en la justicia secular, y mucho menos los principios más elevados de integridad que Dios establece. Pero según el plan original de Dios, Su pueblo debería ser una luz en el mundo (Mateo 5:14-16), en todas estas áreas que hemos mencionado.
Al mismo tiempo, la iglesia del Nuevo Testamento se cuida contra las tentaciones de «bestializarse» ella misma. Por eso mantiene sus estructuras descentralizadas y familiares, de persona a persona.
El reino de la bestia concentra el poder sobre el mundo entero, de manera centralizada. La ramera, mientras tiene poder, es aliada con ese poder centralizado.
El pueblo del Señor, en cambio, no tiene ningún «centro» en esta tierra. Su centro es el Señor Jesús en el cielo. Él está en comunión directa con cada uno de Sus miembros aquí en la tierra. Por tanto, no hay necesidad ni beneficio en establecer una organización centralizada de la iglesia en la tierra. Al contrario: La iglesia funciona mejor en forma de «familias de familias» descentralizadas, donde cada grupo y cada persona individualmente mantiene su comunión con el Señor y es dirigida por Él. Especialmente en tiempos de crisis y persecución, una organización centralizada es más vulnerable de quebrantarse, o de ser controlada o infiltrada por fuerzas anticristianas. (Recordamos que la comunicación entre los grupos puede mantenerse mediante obreros itinerantes, sin que éstos tengan algún «poder de mando» centralizado.)
A lo largo de la historia han dominado otros conceptos de la relación entre iglesia y estado, basados en la idea de la iglesia como una «institución» al lado del estado:
– El estado como protector de la iglesia (Constantino):
El emperador Constantino hizo del cristianismo una «religión lícita», o sea oficialmente reconocida por el estado. Con eso terminaron las persecuciones; pero la iglesia se volvió dependiente del estado. En este concepto, es el estado que otorga legitimidad a la iglesia. La iglesia se convierte en algo como una ONG, que puede operar con el permiso del gobierno, pero solamente dentro de los parámetros que el gobierno establece.
En la actualidad, muchas iglesias evangélicas buscan o ya tienen esta clase de reconocimiento oficial. Pero con eso se niega el origen divino de la iglesia. Es Dios, no el estado, quien legitimiza la iglesia. Y la iglesia no puede organizarse según los parámetros del estado o de una asociación civil, porque Dios ya le ha dado una forma de organizarse. Una iglesia dependiente de un reconocimiento estatal se corrompe.
– La iglesia estatal (Teodosio):
El emperador Teodosio hizo del cristianismo la religión oficial obligatoria del imperio. Ahora era no solamente legítimo, era obligatorio pertenecer a la iglesia. Ahora la iglesia ya no era solamente una institución al lado del estado; ahora se hizo idéntica con el estado. Con eso se desvirtuó por completo el propósito de la iglesia. Ahora ya no existía distinción entre los que eran del Señor, y los que no eran de Él. También empezó a borrarse la distinción entre los órganos del gobierno y de la iglesia. El rol de los líderes de la iglesia empezó a asemejarse al de funcionarios estatales.
– La iglesia por encima del estado (Edad Media):
Después de las turbulencias que causó la caída del imperio romano, surgió nuevamente la idea de una iglesia estatal. Pero ahora con una matiz distinta: la iglesia gobernaba sobre el estado. Era el papa quien coronaba a los emperadores. Y durante gran parte de la Edad Media, el papa también mandaba sobre los emperadores y reyes. Según la enseñanza romana, eso era lo que significa el milenio: el reino de Cristo en la tierra. (Vea [[.]] acerca del milenio.) Pero los reformadores lo vieron de la manera opuesta: fue el reino de la ramera sentada sobre la bestia.
Esos tres conceptos que acabamos de mencionar, tienen un fondo común: consideran a la iglesia como una institución semejante a las instituciones de este mundo, creada según la imagen del estado secular. Dondequiera que surge uno de estos conceptos, podemos saber que la iglesia se está convirtiendo en ramera. Es la ramera que fornica con los reyes de la tierra (Apocalipsis 17:2, 18:3), que hace negocios para enriquecer a los comerciantes de la tierra (Apocalipsis 18:3.15), y que incluso reina sobre los reyes de la tierra (Apocalipsis 17:18). La iglesia del Señor no es una institución de este mundo, porque el reino de Cristo no es de este mundo (Juan 18:36). Sus miembros pueden individualmente asumir distintos papeles en el estado – incluso el de gobernante, en el caso excepcional de que Dios los dirija así. Pero la iglesia en conjunto no es ninguna institución de influencia política. No es ni siquiera una institución, según los conceptos de este mundo.