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¿Existe una economía cristiana? – Parte 2

21/04/2020

En el artículo anterior hemos visto unas características de una economía cristiana. Deseo añadir unos puntos más.

Descentralización

Como hemos visto en los artículos sobre las finanzas de la iglesia del Nuevo Testamento, la generosidad y el apoyo a los necesitados sucedían mayormente en la responsabilidad de cada cristiano individual. O sea, existía la mayor descentralización posible, donde cada persona (o cada familia) decidía cómo administrar los bienes que tenían en su poder, en responsabilidad propia ante Dios.

Lo mismo se puede aplicar a una economía cristiana en general. El «cuerpo de Cristo» tiene una única Cabeza, que es Cristo mismo. En este sentido podríamos decir que es «centralizado». Pero entre sus miembros, aquí en la tierra, existe una estructura completamente descentralizada. «Uno solo es vuestro Maestro; y ustedes todos son hermanos» (Mateo 23:8). Los miembros de un cuerpo no se dan órdenes los unos a los otros. Si aplicamos eso a la economía: En la iglesia del Nuevo Testamento no existe ninguna jerarquía que podría ordenar a un cristiano lo que debe hacer con sus bienes. Pero cada uno está bajo las órdenes del Señor mismo.

Por el otro lado, en un cuerpo existe mucha colaboración mutua entre células y miembros cercanos. Así también en una comunidad genuinamente cristiana, se formarán redes de apoyo mutuo entre miembros que se conocen personalmente y que viven cercanos los unos de los otros. Habrá un intercambio mutuo de bienes y servicios, según los «talentos» que Dios dio a cada uno. No habrá necesidad de ninguna organización o dirección central, ya que cada uno se rige según la voluntad de Dios y según el bien de sus prójimos. Como hemos visto en el artículo anterior, esa colaboración no surgirá desde el deseo de hacer ganancia, sino desde el deseo de agradar a Dios y de servir al prójimo. Pero la historia demuestra, especialmente en el ejemplo de los países reformados, que Dios a menudo recompensa estas actitudes también materialmente.

En las iglesias actuales no he visto que se practicaría esta clase de colaboración descentralizada. Por un lado, eso puede ser por causa de la cultura centralista que nos rodea. En la política existe un uso propagandístico de la palabra «descentralización», que en realidad significa «centralismo». Por ejemplo, se instituyen gobiernos regionales y locales, y se dice que con eso un país está «descentralizado». Pero esos gobiernos regionales y locales tienen que someterse al dictado del gobierno central; tienen competencias muy limitadas. No tienen la autonomía de decidir acerca de su organización, acerca de sus finanzas, y muchas otras áreas. En realidad funcionan como representantes del gobierno central en sus regiones. Eso no es descentralización, al contrario, es centralismo. En un país realmente descentralizado, como Alemania, Suiza, o (un poco menos) los Estados Unidos, sus regiones o estados tienen gobiernos prácticamente autónomos: Tienen sus propios parlamentos, organizan sus propias elecciones, deciden internamente acerca de sus finanzas, tienen su propio sistema escolar. En Suiza hasta tienen su propio sistema de recaudación de impuestos. Sin esta clase de autonomía regional, no se puede realmente hablar de «descentralización».
Pero el cuerpo de Cristo en el Nuevo Testamento nos muestra un organismo descentralizado, de verdad y no solamente en un sentido propagandístico.

Por el otro lado, las iglesias pueden dificultar en entender este punto, por causa de un muy difundido concepto falso acerca del «reino de Dios». Ese concepto dice que «reino» equivale a «jerarquía» y «gobierno autoritario«. Ya que los reyes de esta tierra gobiernan de manera autoritaria y exigen obediencia absoluta, dicen, que también los líderes de la iglesia serían «autoridades» a quienes debemos una obediencia sin cuestionar. Este concepto se originó con el catolicismo romano, pero se ha difundido también en muchas iglesias evangélicas, y hasta en círculos que se distancian de las iglesias institucionales y dicen representar un regreso genuino al Nuevo Testamento. Por ejemplo, un representante de esa corriente enseña que «los apóstoles son los banqueros de Dios», y que también hoy en día, los creyentes deban entregar todos sus bienes que no son necesarios para la vida a un grupo selecto de apóstoles, para que ellos los administren de manera centralizada.
Tales ideas no son un regreso al Nuevo Testamento; son mas bien un regreso al oscurantismo de la Edad Media. Jesús dijo claramente que los líderes en Su pueblo no debían «gobernar» como los reyes de este mundo. «Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que las dominan, se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no sean así; sino que el mayor entre ustedes se vuelva como el más joven, y el que guía como el que sirve.» (Lucas 22:25-26)

Además, si Jesús dijo que no debemos acumular tesoros en la tierra, eso seguramente vale también para la iglesia en conjunto. Y una estructura económica centralizada es muy vulnerable en tiempos de crisis y de persecución. Cae el centro, y caen todos los que dependen de él. En cambio, la sabiduría de Eclesiastés dice: «Reparte a siete, y aun a ocho: porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra.» (Eclesiastés 11:2)

No contraer deudas

«Entreguen a todos lo debido (…) No deban nada a nadie, si no el amarse unos a otros …» (Romanos 13:7-8)
El amor lo tenemos que quedar «debiendo», porque nadie de nosotros es capaz de amar a su prójimo de una manera tan perfecta como Cristo. Pero en los asuntos materiales, no debemos quedar deudores.
Muchas personas se endeudan por impaciencia y codicia: Desean un nuevo carro, una nueva casa, un nuevo televisor plasma … pero no tienen la paciencia y disciplina para trabajar, esperar y ahorrar hasta tener el dinero necesario. Entonces gastan dinero que no tienen, y quedan atrapados en la deuda. Por su actitud materialista y mundana caen en la trampa del diablo.
Otros se endeudan para abrir un negocio. Eso es más entendible, porque existe la esperanza de que el negocio les permita pagar la deuda. Pero también en este caso hay que preguntarse: ¿Realmente tengo suficiente experiencia y habilidad en este negocio, para saber que me va a ir bien? ¿Y realmente necesito tanto dinero antes de empezar?
Cuando Dios llamó a Moisés para ir al faraón y a los israelitas, Moisés dijo: «Pero ellos no me creerán.» – Dios le responde: «¿Qué tienes en tu mano?» – «Una vara.» – Y con esa vara, Dios hizo milagros que confirmaron el llamado divino de Moisés. – De manera similar, cuando una gran multitud seguía a Jesús y no tenían nada que comer, Jesús preguntó a los discípulos: «¿Cuántos panes tienen?» – Y ellos respondieron: «Cinco, y dos peces.» (Marcos 6:38) – Jesús recibió estos pocos panes, y con ellos alimentó a la multitud. Normalmente, Dios pone en nuestras manos lo que necesitamos, y espera que empecemos con esto. También en la parábola de los talentos, el Señor los repartió a sus siervos, «a cada uno según su capacidad» (Mateo 25:15). No dijo: «Saquen un préstamo para hacer negocios.» Les dio lo necesario. Con suficiente iniciativa y confianza, aun el siervo con el único talento podría haber ganado otro talento más. A menudo, las cosas que Dios bendice comienzan en lo pequeño. En los asuntos pequeños podemos ganar experiencia y demostrar nuestra fidelidad; y después Dios nos puede encomendar cosas mayores. (Vea Mateo 25:21.) Mucha gente se endeudó, o fracasó con un negocio, porque querían empezar demasiado grande.

– Por el otro lado, en ciertas circunstancias un negocio con préstamos puede funcionar dentro de los parámetros cristianos. Veremos eso en la siguiente sección.

– La Biblia dice también que no nos hagamos garantes por las deudas de otras personas. (Proverbios 6:1-5, 11:15, 22:26.)

Una economía de la confianza

En mi adolescencia yo empecé a buscar a Dios. En ese tiempo participé de unas vacaciones con un grupo cristiano. No recuerdo mucho de las actividades que hicimos, pero recuerdo lo que más me impresionó: En una pequeña habitación de la casa donde estábamos alojados, habían alistado un quiosco con dulces y refrigerios para comprar, y un termo con agua caliente para prepararse un té o café. Cada producto estaba rotulado con su precio, y había una caja para poner el dinero. A cualquier hora uno podía ir allí a comprar lo que uno deseaba. Nadie atendía ni vigilaba. Yo nunca antes había visto algo así. Me pregunté si no habría gente que se iba a llevar dulces sin pagar – o que incluso iban a sacar dinero de la caja en vez de poner. Y pensé: «Si esto funciona, ¡Dios debe existir!»

En los años siguientes volví a ver sistemas similares en otros grupos cristianos. Pero solamente en grupos interdenominacionales o informales; nunca en una iglesia institucionalizada. Y según mis experiencias en las iglesias, de hecho no creo que un tal sistema funcionaría allí. No existe suficiente integridad. Pero eso indica a la vez, que las iglesias existentes están muy, pero muy lejos de los estándares del Nuevo Testamento. ¿O podríamos imaginarnos a uno de los discípulos de la primera iglesia en Jerusalén, sacando dinero de la caja en vez de pagar honradamente?

Desde un punto de vista económico, un sistema basado en la confianza y la honestidad es mucho más rentable que uno basado en la vigilancia y el control. Organizar una vigilancia cuesta dinero, y ocupa el tiempo de personas que así son impedidas de hacer algo productivo. El teólogo Vishal Mangalwadi observó que eso fue exactamente uno de los factores claves en el desarrollo económico fenomenal de Europa y de Norteamérica durante los siglos 18 y 19. Nacido en la India, y habiendo pasado un tiempo de estudios en Europa, Mangalwadi tuvo muchas oportunidades para hacer comparaciones entre una cultura que fue profundamente influenciada por el cristianismo bíblico, y una cultura que no tuvo esa influencia, o sólo de manera superficial. Respecto a la economía, sus conclusiones se pueden resumir así:
En los países de la Reforma, el cristianismo bíblico produjo un nivel de integridad personal y honestidad nunca antes visto, en la población en general. Así surgió por primera y única vez una sociedad relativamente libre de corrupción y delincuencia. Esta honestidad a su vez generó confianza. La confianza hizo posible que se generalizaran transacciones y costumbres económicas que antes no habían sido posibles, o solamente de manera muy limitada. Por ejemplo:
El ahorro y los bancos. En una sociedad de desconfianza no tiene sentido juntar ahorros para invertirlos más tarde. El riesgo es demasiado grande que los ahorros serán robados por delincuentes, por el gobierno (que a menudo también consiste en delincuentes), o por el banco, si es que no se guardan en casa. Pero en una sociedad de honestidad y confianza, los ahorros están seguros, y aun se pueden encomendar a un banco sin correr riesgos mayores. Eso permitió operaciones económicas de mucho mayor envergadura que antes.
Las ventas al crédito. Éstas fueron introducidas por primera vez por Cyrus McCormick, el inventor de la máquina cosechadora en el siglo 19. Él solía vender sus máquinas antes de la temporada de la cosecha, cobrando una cuota inicial muy pequeña. Les dio a los agricultores la facilidad de pagar el resto después de vender su cosecha. Él pudo hacer eso sin correr riesgos, porque existía una confianza mutua entre él y los agricultores. Gracias a su invento, la producción de alimentos se multiplicó grandemente en los Estados Unidos y en el mundo entero. – En el caso de máquinas de producción, la venta al crédito tiene sentido, porque existe bastante seguridad de que la máquina contribuirá a una producción y ganancia mayor. En el caso de objetos improductivos, sin embargo, lleva al endeudamiento.

Por el otro lado, una economía basada en la confianza es vulnerable. En las iglesias de Galacia se habían infiltrado falsos hermanos «para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, y para esclavizarnos» (Gálatas 2:4). Así destruyeron la confianza mutua y la fe de los gálatas. De la misma manera se destruye también una economía de la confianza, cuando participa cierto número de personas que no son honestas y traicionan la confianza de los demás. Por eso, muchos países intentaron copiar los sistemas económicos y tecnológicos de los países de la Reforma, pero no tuvieron éxito, porque les hacía falta la integridad personal necesaria. Y por la misma razón se está actualmente quebrantando la economía también de los países de la Reforma, porque ellos ya desde hace más de 50 años están muy ocupados en destruir sus raíces cristianas. Con eso se destruyó la honestidad, y en consecuencia, la confianza.

Los países de la Reforma, durante aproximadamente tres siglos lograron mantener sociedades y economías basadas en la confianza. Las iglesias evangélicas en América Latina dicen ser herederas de la Reforma. Pero hasta donde veo, ellas han fracasado en este respecto. No existe en ellas un nivel de honestidad que justificara una confianza mayor que en el resto de la sociedad. No han establecido estructuras económicas propias, basadas en principios bíblicos. Mayormente se han integrado completamente en la economía de este mundo, así que también se quebrantarán junto con la economía de este mundo. En un solo campo veo que los evangélicos establecieron estructuras propias: las escuelas evangélicas. Pero esas escuelas copiaron los conceptos y métodos de las escuelas estatales; así que no podemos llamarlas específicamente «cristianas».

Para los verdaderos seguidores de Cristo se plantea ahora el gran reto de crear una economía marginal, pequeña por cierto (porque hay muy pocos verdaderos seguidores de Cristo), pero entre personas dignas de confianza, y basada en principios cristianos. Eso será difícil, ahora que la gran crisis ya comenzó. Y la existencia de iglesias institucionalizadas no ayuda para este fin; al contrario, lo estorba. Quizás por esta razón también, Dios permitió que tuvieran que cerrar. A los pocos que le amamos de corazón, quizás Él nos dará la misericordia de comenzar de nuevo y de actuar más seriamente según Su voluntad. Si no, solamente nos quedará humillarnos bajo Su juicio.

¿Existe una economía cristiana?

16/04/2020

Este artículo es un complemento a la serie sobre las finanzas de la iglesia. Ampliemos un poco ese tema: ¿Cómo actúa un cristiano del Nuevo Testamento en asuntos económicos en general? ¿Qué pautas bíblicas tenemos respecto a la administración del dinero, la generación y comercialización de bienes, el trabajo, etc.?

No encontramos en la Biblia ninguna exposición sistemática acerca de este tema. Pero en su enseñanza general, podemos encontrar las siguientes pautas:

Las riquezas son de Dios; nosotros somos sus administradores.

«Del Señor es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan.» (Salmo 24:1)

«Mía es la plata, y mío el oro, dice el Señor de los ejércitos.» (Hageo 2:8)

Dios es el Creador de todos los bienes que existen en la tierra. Por tanto, Él es el propietario legítimo de todo. Cuando Él pone riquezas en nuestras manos, lo hace con la intención de que las administremos en responsabilidad ante Él. Entonces, con todos los bienes que tenemos en nuestra posesión, siempre debe ser nuestra pregunta: «Señor, ¿qué quieres tú que yo haga con esto?»

Dios puso a Adán en el huerto de Edén (que corresponde al «mundo civilizado» de entonces), «para labrarlo y guardarlo» (Génesis 2:15), o sea para administrarlo según la voluntad de Dios. Este mandato sigue vigente.
En el Nuevo Testamento hay varias parábolas que muestran a Dios como un señor que reparte sus riquezas entre sus siervos. Pero a su regreso, el Señor pide cuentas de ellos, respecto a lo que hicieron con los bienes del Señor. (Mateo 24:45-51, 25:14-30, Lucas 19:11-27.) Estas parábolas se pueden aplicar a los bienes no materiales (talentos naturales, dones espirituales); pero igualmente aplican a los bienes materiales.

Nuestro trabajo es para el Señor, no para los hombres, ni para nosotros mismos.

Lo dicho aplica también al trabajo. Es Dios quien nos ha dado las fuerzas para trabajar. Por tanto, debemos considerar siempre que nuestro «jefe» es Dios, antes que cualquier persona en la tierra:

«Y todo lo que hagan en palabra o en obra, todo sea en el nombre del Señor Jesús, dando gracias al Dios y Padre por medio de él. (…) Y todo lo que hagan, trabajen con toda su alma como para el Señor, y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa …»
(Colosenses 3:17.23)

Entonces, en cualquier conflicto entre los mandamientos de Dios y las exigencias de un jefe terrenal, un trabajador cristiano elegirá «obeder a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). En casos graves, eso puede significar perder su trabajo; pero aun en esa situación, un cristiano confiará en la provisión de Dios, antes que en las posibilidades que ofrece un puesto de trabajo.
Y un trabajador independiente, o un empresario, no puede por eso hacer todo lo que quiere. Tiene que recordar siempre que «también ustedes tienen un jefe en el cielo» (Colosenses 4:1).

Y por supuesto, si Dios es nuestro jefe, no podemos entregarle un trabajo de mala calidad. Producir y vender servicios y productos defectuosos, a sabiendas, es pecado.

Dios provee por nosotros mediante Su bendición, y mediante nuestro trabajo.

Estos dos medios de provisión son resumidos de manera concisa en estos versos:

«Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en sus caminos.
Cuando comas el trabajo de tus manos, bienaventurado tú, y tendrás bien.»
(Salmo 128:1-2)

El que «teme al Señor», y vive según Su voluntad, puede contar con Su bendición y provisión. Si buscamos primero el reino de Dios, Él nos dará todo lo que necesitamos para la vida material (Mateo 6:26-34). Como demuestra el Salmo 128, esta bendición de Dios nos llega mayormente en forma de los productos de nuestro propio trabajo.
Por el otro lado, Dios no quiere que pongamos nuestra confianza en nuestro trabajo. El éxito siempre depende de Dios mismo:

«Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila la guarda.»
(Salmo 127:1)

No debemos acumular tesoros en la tierra.

Esta es una advertencia frecuente del Señor Jesús. (Vea Mateo 6:19-21, 19:21 y paralelas, Lucas 12:21.33-34.) Es que las riquezas acumuladas son una tentación de desviar la mirada de Dios, nuestro proveedor, y en cambio poner nuestra confianza en las riquezas. Así advierte también Pablo:

«Porque nada trajimos al mundo, y es obvio que nada podemos llevarnos; entonces si tenemos comida, vestimenta y alojamiento, que nos contentemos con esto. Los que quieren enriquecerse, caen en tentaciones y trampas y muchos deseos insensatos y dañinos, y se hundirán en la perdición y destrucción. Porque el amor al dinero es una raíz de todos los males.»
(1 Timoteo 6:7-10)

Hemos visto en los artículos anteriores, que la generosidad y el compartir con los necesitados era muy importante en la iglesia del Nuevo Testamento. Un cristiano valora el bien de sus prójimos antes que su propia ganancia.

Se respeta la propiedad privada.

Lo anterior no debe interpretarse en el sentido de que algún liderazgo deba ejercer control sobre la forma de cómo un cristiano administra sus bienes. Debemos dar cuentas de ello ante Dios, pero no ante los hombres. Por eso, el mandamiento «No robarás» se refuerza también en el Nuevo Testamento. Nadie tiene derecho de quitar a otra persona los bienes que Dios ha puesto en sus manos.
En el caso de Ananías y Safira, Pedro aclara que su pecado no consistió en haber retenido una parte del precio; eso era su derecho: «Si se quedaba contigo, ¿acaso no seguía siendo tuyo; y aun vendido, estaba bajo tu autoridad?» (Hechos 5:4) Mas bien, su pecado consistía en haber mentido respecto a ello.
(Nota: El caso es diferente en la situación donde alguien es puesto como administrador sobre bienes ajenos. Por ejemplo en el caso de la ofrenda para Jerusalén, hemos visto que era sumamente importante hacer las cosas con toda honradez y transparencia, «no sólo ante el Señor, sino también ante los hombres» (2 Corintios 8:20-21). Eso era necesario porque el dinero que se llevaba a Jerusalén, provenía de las donaciones de muchas otras personas. – Lo mismo aplica a la administración en todo grupo que decide tener fondos en común; particularmente iglesias, empresas, asociaciones, y las entidades del gobierno.)

Entonces, los pasajes bíblicos respecto al compartir y al rendir cuentas, no pueden interpretarse en el sentido de que algún liderazgo en la iglesia o en el gobierno tenga que organizar alguna forma de redistribución de riquezas. El compartir y la ayuda a los necesitados siempre son voluntarios. La generosidad de los primeros cristianos fue obrada por el Espíritu Santo, no impuesta a la fuerza por algún liderazgo.
Cierto, en Romanos 13:6-7 dice que debemos pagar impuestos. Pero esto se refiere a los impuestos que se cobran para el mantenimiento de los «servidores» que administran justicia, que alaban los actos buenos y castigan la maldad (versos 3-5). No se refiere a impuestos para la redistribución de riquezas, ni para que el gobierno asuma responsabilidades que Dios ha dado a las familias y a la comunidad cristiana, tales como educar a los niños o cuidar a los enfermos. Bíblicamente, éstas son tareas ajenas al gobierno. Por tanto, desde una perspectiva bíblica, el cobro de impuestos para tales fines debe calificarse como robo o extorsión estatal.

Nuestro trabajo debe servir en primer lugar para el bien de los demás, no para enriquecernos.

Hemos visto que por un lado, el trabajo es el medio principal que Dios ha provisto para generar bienes y para mantener nuestra vida. Pero por el otro lado, Dios quiere que nuestro trabajo sea para la gloria de Él mismo, y para el bien de nuestros prójimos:

«El que robaba, ya no robe, mas bien trabaje obrando con sus propias manos lo bueno, para que tenga que compartir con el que tiene necesidad.»
(Efesios 4:28)

Esto, junto con las pautas anteriores, muestra que no todo trabajo agrada a Dios. Hoy en día se producen muchas cosas que no corresponden a ninguna necesidad, ni proveen un beneficio verdadero. Pero se invierte mucho dinero y esfuerzo en la propaganda comercial, la cual despierte deseos de poseer esos objetos de ninguna utilidad. Así la gente los compra y provee ganancias para sus productores. No creo que Dios vea con agrado la producción de productos inútiles o incluso dañinos.
Algo similar hay que decir acerca de la burocracia estatal. El trabajo de muchos funcionarios no solamente es improductivo, sino que impide incluso que otras personas sean productivas, al obstaculizar su trabajo con reglamentos y prohibiciones innecesarias y excesivas.


Todo lo esbozado hasta aquí, se puso verdaderamente en práctica en los países herederos de la Reforma, durante los siglos 17 a 19. Diversos historiadores han notado que esta «ética protestante del trabajo» fue el factor decisivo para que esos países salieran de la pobreza y se convirtieran en las primeras potencias económicas al nivel mundial. La ventaja económica de aquellos países persiste incluso hasta hoy, aunque ya desecharon su herencia cristiana en cuanto a su estilo de vida.

Economía cristiana como economía generalizada o como economía marginal

En los países reformados funcionaron esos principios durante mucho tiempo, porque grandes partes de la población y aun de los gobernantes se identificaban con los principios bíblicos. Eso incluye aun a muchas personas que personalmente no eran cristianos nacidos de nuevo. Hoy, en cambio, tenemos una economía dominada por las entidades gubernamentales nacionales e internacionales, y las grandes empresas multinacionales, y moviéndose poco a poco hacia el cumplimiento de Apocalipsis 13:17.

En esta situación, el verdadero pueblo de Dios ya no puede esperar que la sociedad respete sus principios. Al contrario, la tendencia será que los seguidores de Cristo serán más y más excluídos de la economía generalizada. En esta situación, una economía del pueblo de Dios no podrá ser más que una alternativa o «contracultura» marginalizada. La iglesia del Nuevo Testamento tendrá que inventar e implementar sus propias estructuras económicas, si quiere sobrevivir. Eso implicará cuestionar muchas ideas de la sociedad actual, y volver a lo que dice Dios. Por ejemplo:

– Será necesario desarrollar una mentalidad de emprendedor independiente, en vez de empleado dependiente. «No estoy trabajando para mi empleador; estoy trabajando para Dios, y Él me paga.» En vez de buscar que «alguien me dé trabajo», muchos tendrán que «inventar» su propio trabajo, e independizarse. Para quienes no tienen esta posibilidad, eso significará aplicar con más seriedad las palabras del Nuevo Testamento que se dirigen a los esclavos, y particularmente estar conscientes de que aun el esclavo es un «liberado del Señor» (1 Corintios 7:21-23).

– Cada cristiano tendrá que preguntarse más seriamente cómo puede trabajar de una manera que beneficie a sus hermanos en la fe. Eso cobrará mayor importancia, cuanto más aumenten las dificultades de hacer negocios entre quienes son del Señor y quienes no lo son. Pablo señala que la comunidad cristiana debería ser independiente del sistema judicial del mundo secular (1 Corintios 6:1-6). De la misma manera, la iglesia del Nuevo Testamento era independiente de los sistemas seculares de educación y de salud, porque los hermanos proveían esos servicios entre sí, según criterios bíblicos. Lo mismo tendrá que aplicarse a diversas otras áreas de la economía. Y si Dios permite que resurja la generosidad y la ayuda mutua de los primeros cristianos, entonces los cristianos entre sí ya no estarán dependientes de la figura de la compra-venta.

– A medida que avance la marginalización, también será necesario independizarse más y más del uso del dinero. Habrá que tomar con más seriedad las palabras de Jesús, de que no podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo (Mateo 6:24). Eso requiere, por supuesto, que las estructuras antes descritas de intercambio y de ayuda mutua ya estén en su lugar.

Obviamente, nada de eso va a funcionar, mientras que aun los seguidores del Señor aspiren primero a su propia ganancia. Tampoco va a funcionar mientras que sigan confiando en las estructuras seculares y los gobiernos de este mundo para su provisión, en vez de poner su confianza en Dios. Solamente una comunidad profundamente transformada por el Espíritu Santo podrá enfrentar los desafíos de los últimos tiempos.
En tiempos de crisis, sería muy deseable que una estructura de economía cristiana ya estuviera en su lugar entre quienes siguen al Señor. Desafortunadamente, eso no es el caso, porque la mayoría de los cristianos redujeron su cristianismo a «asistir a la iglesia» y «obedecer al pastor». Por mientras, en sus actividades económicas o se conforman a hacer lo que hace el mundo incrédulo, o invierten en mantener funcionando esa maquinaria religiosa que se hace llamar «iglesia». Pero ¿en quién puede apoyarse un cristiano para la provisión mutua, cuando ya no puede participar en las transacciones económicas de este mundo? ¿Cuándo vamos a empezar a centrar nuestra vida diaria alrededor de Dios, en vez de copiar los sistemas de este mundo? ¿Y cuándo dejaremos de administrar las iglesias como si fueran negocios mundanos?