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¿Quiénes pueden entender las Escrituras?

01/11/2019

En las reflexiones anteriores hemos hablado acerca de la autoridad de las Sagradas Escrituras en la iglesia. Hemos descrito también unas corrientes teológicas que cuestionan esa autoridad. Ahora tenemos que ocuparnos todavía con una objeción. Algunos dicen: «Pero el sentido de las Escrituras no es claro. Existen tantas interpretaciones diferentes.»

El que dice esto, se da la apariencia de reconocer las Escrituras como palabra de Dios; sin embargo, evade su autoridad con el argumento de que Dios no haya hablado con suficiente claridad. O sea, pone en duda la capacidad de Dios de comunicarse claramente.

Pero el viento y el mar comprendieron muy bien lo que Jesús les dijo, y se callaron a su orden (Marcos 4:39). Aun los demonios comprendieron lo que Jesús les ordenaba, y salieron cuando Él los reprendía (Mateo 8:16, 17:18, Marcos 1:34). Nunca se les ocurrió que las palabras del Señor podrían interpretarse de otra manera. Solamente nosotros los humanos parecemos ser extrañamente torpes para comprender la palabra de Dios. ¿A qué se debe esto? ¿Somos acaso menos inteligentes que el viento y el mar?

Creo que mas bien el problema es que los humanos somos los únicos que buscamos pretextos para no obedecer a Dios. Somos creados con la capacidad de decidir; de responder a Dios con Sí o con No. Y somos creados con la capacidad de razonar; pero por naturaleza, esta capacidad de razonamiento está al servicio del pecado, mientras no está redimida por Jesucristo y mientras no la ponemos conscientemente al servicio de Dios. Por eso, muchas «interpretaciones» de las Escrituras en realidad no son interpretaciones; son pretextos intelectuales para no obedecer a Dios.

Pablo nos advierte acerca de las «disputas y peleas de palabras, las que producen envidia, rivalidad, difamaciones, suposiciones malignas, fricciones …» (1 Timoteo 6:4; vea también 2 Timoteo 2:23, Tito 3:9). Esta clase de disputas surgen «de hombres con la mente corrompida y despojados de la verdad, que suponen [equivocadamente] que el temor a Dios sea un medio para ganar dinero.» (1 Timoteo 6:5). O sea, muchas interpretaciones equivocadas y divisivas se originan cuando uno se acerca a las Escrituras con una motivación equivocada. El problema no es intelectual; no es que las Escrituras fueran tan «enigmáticas». Pero diversos líderes y teólogos usan la Biblia en primer lugar para defender sus propios intereses, en vez de preocuparse por los intereses de Dios. De allí surgieron las muchas interpretaciones y tradiciones confesionales que sirven más que todo para apoyar a la jerarquía de la confesión respectiva.

Por ejemplo, los líderes de poderosas organizaciones religiosas tienen un interés de mantener su poder; entonces favorecen interpretaciones que defienden estructuras jerárquicas y autoritarias, y los «oficios» y las organigramas de su propia organización. Otros tienen un interés financiero; entonces favorecen interpretaciones como el diezmo obligatorio o el «evangelio de la prosperidad». Aun congregaciones que enfatizan su apego a la Biblia, a menudo la utilizan para defender su propia manera de «como siempre lo hemos hecho». Pero eso no es culpa de la Biblia ni de Dios. Se pueden evitar estos problemas, si estamos dispuestos a aceptar humildemente la revelación de Dios, aun donde contradice nuestras propias ideas o intereses.

Otras diferencias de interpretación surgen del deseo del hombre de saber más de lo que Dios quiso revelarnos. Cierto, algunos aspectos de las Escrituras son difíciles de entender, porque hablan de cosas celestiales, mientras que nosotros somos terrenales. Si los profetas en sus visiones vieron cosas celestiales que no se pueden comparar con nada de lo que existe en la tierra, y que no se pueden expresar adecuadamente con palabras terrenales, es claro que no podemos «comprenderlo» en el sentido de «analizar y explicar de manera racional». ¿Pero acaso este hecho resta autoridad a las instrucciones claras y comprensibles que Dios nos hizo llegar a través de los mismos profetas?

Respetar la autoridad de las Sagradas Escrituras implica también respetar que Dios decidió guardar silencio acerca de ciertas cosas. Por ejemplo, si Él no quiso revelarnos explícitamente qué significan los cuatro seres vivos que están junto a Su trono, entonces no nos corresponde inventar interpretaciones y disputar contra quienes tienen otra interpretación, y después decir que «no podemos tomar las Escrituras como norma porque no se pueden comprender». Mas bien nos corresponde reconocer que los pensamientos de Dios son más altos que nuestros pensamientos, tanto como los cielos son más altos que la tierra (Isaías 55:8-9) – y éste es a su vez un pasaje bien comprensible.

Lo mismo aplica a ciertos aspectos de la persona de Dios, o de Sus designios al gobernar los asuntos de este mundo. Por ejemplo, Dios nos ha revelado que Él es soberano y todopoderoso, y que Él ha determinado con anticipación todo lo que va a pasar en nuestra vida y en el mundo. (Salmo 33:10-11, 139:16, Isaías 44:24-28, Romanos 8:29-30, 9:10-18, y otros.) Él también nos ha revelado que nosotros somos responsables de elegir correctamente entre el bien y el mal, entre la voluntad de Dios y el pecado, y que Él nos va a juzgar según nuestras palabras, decisiones y actos. (Deuteronomio 30:15-20, Ezequiel cap.18, Mateo 12:36-37, 2 Corintios 5:10, y otros.)
Pero Dios no nos ha revelado cómo puede reconciliarse Su soberanía y predestinación con nuestra responsabilidad de decidir; o cómo puede Él determinar con anticipación los eventos que surgen de nuestras propias decisiones libres. Nuestra mente limitada ve una contradicción entre estos dos conceptos, y así se han establecido diversos sistemas teológicos y se han librado incontables disputas acerca de estos temas de la predestinación divina y el libre albedrío del hombre. Todo eso por el deseo de descubrir, explicar o «sistematizar», mediante artificios de interpretación, los designios escondidos de Dios que son demasiado sublimes para encajar en nuestra mente humana.

Ante tales asuntos nos conviene aplicar las palabras de David:

«Señor, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron;
ni anduve en grandezas, ni en cosas para mí demasiado sublimes.
En verdad que me he comportado y he acallado mi alma,
como un niño destetado de su madre.
Como un niño destetado está mi alma.»
(Salmo 131:1-2)

Pero la misma palabra de Dios nos informa también acerca de las condiciones para entenderla correctamente:

«¿Dónde hay una persona educada? ¿Dónde hay un erudito [de la palabra]? ¿Dónde hay un disputador de este aión? ¿No ha entontecido Dios la educación de este mundo? Dios, en su sabiduría, hizo que el mundo por medio de su educación no reconociera a Dios; y por eso le pareció bien a Dios salvar a los que creen/confían mediante la tontería del anuncio. Nosotros anunciamos a Cristo crucificado; pero puesto que los judíos piden señales y los griegos buscan educación, este mensaje es un tropiezo para los judíos y una tontería para los griegos. Pero para los mismos elegidos, tanto judíos como griegos, anunciamos a Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios.»
«Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene desde Dios, para que sepamos lo que Dios nos regaló. Esto hablamos también, no en palabras aprendidas de la educación humana, sino en palabras aprendidas del Espíritu Santo, combinando las cosas espirituales para hombres espirituales. Pero el hombre psíquico no acepta lo que es del Espíritu de Dios; porque es tontería para él y no puede llegar a conocerlo, porque hay que examinarlo espiritualmente. El hombre espiritual examina todo, pero él mismo no es examinado por nadie. Porque ‘¿quién conoció la mente del Señor; quién le aclaró algo?’ – Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.»
(1 Corintios 1:20-24, 2:12-16)

Entonces, para entender la palabra de Dios, en primer lugar es necesario tener el Espíritu de Dios y «la mente de Cristo». Y para eso es necesario ser «crucificado con Cristo y resucitado con Cristo» (Romanos 6:4-6, Gálatas 2:20, 6:14); es necesario «negarse a sí mismo y tomar su cruz» (Mateo 16:24-25); es necesario renunciar a todos los intereses propios y a todo orgullo intelectual o eclesiástico, y humillarme ante Cristo y reconocer que toda mi sabiduría y toda mi educación no es nada ante Dios, y que yo necesito ser enseñado por Él. Y en las personas que tienen la mente de Cristo, se cumple entonces lo que dice Juan:

«Pero la unción que ustedes recibieron de él permanece en ustedes, y no tienen necesidad de que alguien les enseñe; sino como la unción misma les enseña acerca de todo y es veraz y no es mentira, y así como les enseñó, permanezcan en él.» (1 Juan 2:27)

La unción que cada cristiano verdadero recibió, es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo enseña a cada cristiano verdadero, y así la comprensión de las Escrituras ya no es cosa misteriosa. Esta es de hecho la esencia del Nuevo Pacto, como fue prometido ya en el Antiguo Testamento:

«Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: ‘Conoce al Señor’; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.»
(Jeremías 31:33-34)

Notamos bien que estas promesas se dirigen al entero pueblo de Dios, a los que son verdaderamente de Él. En ninguna parte habla el Nuevo Testamento de una necesidad adicional de un «magisterio autoritativo» después de los apóstoles originales, que tuviera promesas adicionales como p.ej. infalibilidad.
Hay muchos (aun evangélicos) que dicen: «Pero necesitamos que alguien nos interprete la Biblia de manera autoritativa, para mantener la continuidad y unidad doctrinal, para que no nos desviemos.» Eso implica confiar más en las enseñanzas de hombres falibles, que en las palabras infalibles de Dios. Implica también negar la promesa de Dios, de que Su unción enseña a cada cristiano verdadero. Quien habla así, testifica que él mismo no ha recibido la unción de Dios que es el Espíritu Santo, y que no cree que puede recibirla; ya que quiere hacerse dependiente de otros que interpreten la Biblia por él. Pero «si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de él» (Romanos 8:9).

– Es cierto que existen también unos principios intelectuales de una interpretación sana de la Biblia, que pueden servir de ayuda, como son por ejemplo:

– La Biblia se interpreta a sí misma. Por tanto, si el significado de una palabra o expresión no está clara, no hay que buscar enseguida explicaciones afuera de la Biblia o especular por nuestra cuenta; hay que buscar primero otros pasajes bíblicos que echan más luz sobre esa palabra o expresión.
– La Biblia entera fue inspirada por el mismo Espíritu Santo. Por tanto, su interpretación debe basarse sobre la confianza de que la Biblia es veraz y que no se contradice a sí misma.
– La Biblia fue escrita para revelar la voluntad de Dios, no para oscurecerla. (Deuteronomio 30:11-14, Isaías 45:19.) Por tanto podemos asumir que normalmente la interpretación más literal y natural de un pasaje es la más acertada; excepto si el contexto sugiere algo distinto. (Tales excepciones serían por ejemplo las visiones proféticas, las parábolas, y los pasajes poéticos.)
– Para la interpretación de todo pasaje se debe tomar en cuenta el contexto: ¿Quién habla a quién? ¿Cuál es el tema principal del pasaje? ¿En qué circunstancias se hablaron estas palabras? Etc.
– El Nuevo Testamento es el fin y cumplimiento del Antiguo. Por tanto, el Antiguo Testamento debe interpretarse a la luz del Nuevo, y no al revés.
– El centro de las Escrituras es Jesucristo. Por tanto, toda interpretación debe tomar en cuenta a Cristo y Su obra de salvación. Esto excluye por ejemplo las interpretaciones legalistas («Tienes que someterte a nuestros mandamientos»), como también las fatalistas («Somos pecadores y no podemos evitar seguir pecando …»), y varias otras.

Principios como estos pueden ayudar a llegar a conclusiones correctas, y pueden guardarnos de ciertas interpretaciones erróneas. Pero más importante que eso es tener la mente de Cristo, estar en sintonía con Dios, y vivir en obediencia hacia Él.
Efectivamente, cuánto más vivimos nuestra vida en entrega a Él, más crecerá nuestra habilidad de comprender las Escrituras. La carta a los Hebreos reprocha a sus destinatarios que no alcanzaron una comprensión suficiente de las Escrituras, no por falta de estudio intelectual o enseñanza, ni porque las Escrituras fueran difíciles de entender, sino porque ellos descuidaron la práctica de hacer el bien. El que persevera en practicar el bien, con el tiempo tendrá «los sentidos entrenados para distinguir», y entonces tendrá mejor comprensión de las Escrituras:

«Acerca de esto tenemos muchas palabras que decir y nos es difícil explicarlo, porque ustedes se volvieron perezosos de los oídos. Porque según el tiempo ya deberían ser maestros, pero otra vez tienen necesidad de que se les enseñe los elementos del principio de los dichos de Dios, y nuevamente necesitan leche y no alimento sólido. Porque todo el que participa de leche es inexperimentado en la palabra de la justicia, porque es un infante. Pero para los perfectos es el alimento sólido, para los que por medio de la práctica tienen los sentidos entrenados para distinguir entre lo bueno y lo malo.» (Hebreos 5:11-14)

En conclusión, donde hay dificultad de entender las Escrituras, la dificultad está en nosotros, no en las Escrituras. Una iglesia del Nuevo Testamento que consiste en «personas del Nuevo Testamento», crecerá en la comprensión de las Escrituras por su práctica de vivir en obediencia hacia Dios, de hacer el bien y desechar el mal. Aun si existe todavía la necesidad de crecimiento en este sentido, eso no es ninguna razón para cuestionar la autoridad de las Escrituras sobre la vida y la práctica de los cristianos. Ni mucho menos es razón para reclamar una autoridad adicional aparte de las Escrituras. Una tal autoridad se ejercería por humanos con las mismas necesidades de crecimiento como los demás, y por tanto no podrían hablar con verdadera autoridad. Todo cristiano, desde el recién convertido hasta el más maduro, necesita la corrección que viene desde las Escrituras. Siempre habrá suficientes pasajes bien entendibles de las Escrituras que nos pueden dar esta corrección. Pienso que el escritor Mark Twain (quien personalmente no se identificó como cristiano) dio en el blanco cuando dijo:
«No entiendo por qué tanta gente dice que tienen problemas con pasajes de las Escrituras que no comprenden. Yo tengo mucho más problemas con aquellos pasajes que comprendo muy bien.»

La autoridad de las Sagradas Escrituras y la supuesta «teología científica»

13/10/2019

La autoridad de las Sagradas Escrituras está actualmente bajo ataque a nivel mundial, y en prácticamente todas las iglesias, desde el siglo 19. Se trata de una falsa enseñanza que hoy en día es aceptada por la gran mayoría de los líderes de las iglesias, tanto católicos como reformados y evangélicos. Esta falsa enseñanza tuvo un éxito tan asombroso porque no se presenta como alguna «revelación nueva», ni como alguna interpretación desviada de ciertos pasajes bíblicos, y ni siquiera como un mensaje religioso en absoluto. Mas bien se presenta bajo la apariencia de «erudición teológica» y de «autoridad científica». Si hoy en día escuchamos a alguien sosteniendo su punto de vista, diciendo «La teología científica dice …», o «Los expertos dicen …», o «Los eruditos de la Biblia dicen …», es casi seguro que se trata de un representante de esta falsa enseñanza.

Todo comenzó en las universidades luteranas de Alemania, en el siglo 19. Allí dominaba la filosofía del racionalismo; o sea la idea de que el hombre es capaz de descubrir toda la verdad por sí mismo, con su propia razón, y que por tanto no hay necesidad de alguna revelación divina. En consecuencia, el racionalismo rechaza toda idea de lo sobrenatural, porque lo sobrenatural no se puede explicar con la razón humana.
Ahora, en Alemania los pastores de las iglesias luteranas reciben su formación teológica en las universidades estatales. Así que a partir del siglo 19, los futuros pastores y teólogos fueron enseñados por profesores racionalistas, y muchos de ellos se convirtieron ellos mismos en racionalistas. Entonces decidieron estudiar la Biblia según los principios y métodos racionalistas. O sea, ellos desecharon todo respeto ante la Biblia como palabra de Dios. La estudiaron como si fuera un producto del pensamiento humano, lleno de errores y contradicciones. En particular, rechazaron todo lo sobrenatural en la Biblia: los milagros, las profecías cumplidas, en general toda intervención de Dios en este mundo. Todo eso, según los racionalistas, no podía ser verdad histórica, porque no se puede explicar con la razón, y porque hoy en día «normalmente» no sucede.
Este método racionalista recibió el nombre de «Método histórico-crítico». – Se llama «crítico», porque los representantes de este método no se sujetan a la Biblia como palabra autoritativa de Dios, sino que la critican y se creen en una posición de corregir los errores que la Biblia (según ellos) contiene. – Y se llama «histórico», porque sus representantes usan criterios supuestamente «históricos» para distinguir entre las partes de la Biblia que aceptan, y las que rechazan: Se acepta lo que es «históricamente posible» o probable (según criterios racionalistas). Se rechaza lo que es «históricamente imposible» o improbable – y a esta categoría pertenece todo lo sobrenatural.
Este método de tratar la Biblia, y la corriente de pensamiento racionalista detrás del método, es también conocido bajo muchos otros nombres, como por ejemplo: «Teología científica», «Teología moderna», «Teología liberal», «Alta Crítica», «Ciencias bíblicas», y diversos otros.

Alteración de la historia bíblica

En el transcurso del siglo 19, esta teología crítica de la Biblia comenzó a establecer sus propias teorías acerca de la entera historia bíblica y acerca del origen de los mismos libros bíblicos, en contradicción contra lo que la Biblia enseña explícitamente. Por ejemplo:

– Historias como la creación, el diluvio, y otras, se consideraron «leyendas» o «mitología», porque son cosas que hoy en día no suceden, entonces (según los teólogos críticos) no pueden ser verdad histórica. Se encontraron relatos similares en otras culturas y religiones, pero con ciertos rasgos legendarios; entonces los teólogos críticos concluyeron que los israelitas habían escuchado esas «leyendas» y las habían adaptado a su propia religión, y que por eso se encuentran estas historias en la Biblia. (Basándose en la Biblia como palabra de Dios, uno argumentaría al revés: Las otras naciones añadieron elementos legendarios a estas historias, mientras que los israelitas preservaron los relatos verdaderos y auténticos.)

– La historia del Éxodo también se consideraba como «no histórica», por los milagros asociados a esta historia, y porque se consideraba «imposible» que un pueblo tan grande pudiera alimentarse tanto tiempo en el desierto. (Claro que sería imposible sin la intervención de Dios; y el asunto aquí es precisamente que la teología crítica no cree en las intervenciones de Dios.) Entonces los teólogos críticos desarrollaron toda una teoría «alternativa» acerca de la historia de Israel, con variaciones entre un teólogo y otro, pero los grandes rasgos son los siguientes:

  • Los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob nunca habrían existido como personas reales. El pueblo de Israel se habría formado a partir de diversas tribus o grupos de personas no relacionados entre sí, entre ellos posiblemente un pequeño grupo de esclavos que había huído de Egipto bajo Moisés.
  • Estos grupos o tribus habrían llegado poco a poco a Canaán; no habría sucedido ninguna conquista en conjunto como la describe el libro de Josué.
  • Estas diversas tribus no se habrían unido hasta el tiempo de David, quien habría creado por primera vez un reino unificado.

Se nota aquí que el «método histórico-crítico» en realidad no es «histórico» en absoluto. Un historiador serio toma en cuenta todas las fuentes escritas, y no descarta a ninguna de antemano. Pero los teólogos críticos desechan de antemano el valor histórico de la Biblia, a base de su prejuicio racionalista, únicamente porque la Biblia relata eventos que ellos consideran «improbables» o «irracionales». – Un historiador serio no hace afirmaciones que no tienen apoyo en las fuentes escritas; pero los teólogos críticos hacen una reconstrucción completamente imaginaria de la historia de Israel. No existe ninguna fuente histórica escrita que confirmaría las afirmaciones arriba mencionadas.
El «método histórico-crítico» tampoco es verdaderamente «crítico». Aunque critica la Biblia; pero este método no permite criticar sus propias presuposiciones, de que las intervenciones sobrenaturales de Dios no existan.

Alteración del origen de la Biblia

En consecuencia de esta reconstrucción de la historia de Israel, los teólogos críticos elaboraron también nuevas teorías acerca del origen de los libros bíblicos, en contradicción contra lo que la Biblia misma afirma:

  • Recién en el tiempo de los reyes, los israelitas habrían empezado a adorar a un único Dios (bajo la influencia de los profetas); y recién en ese tiempo se habrían escrito los libros de Génesis, Éxodo, y Números. (Entonces los teólogos críticos niegan que Moisés sea el autor de estos libros.)
  • A medida que los sacerdotes ganaban más poder en Israel, habrían alterado los textos tradicionales acerca de los patriarcas y de Moisés, para afirmar su sistema del culto en el templo. Así que los libros de Génesis, Éxodo, y Números contendrían añadiduras y «redacciones» posteriores por la mano de los sacerdotes, quienes habrían también añadido el libro de Levítico.
  • El libro encontrado bajo el reinado de Josías (2 Reyes 22:8) habría sido básicamente el libro de Deuteronomio; y no habría sido encontrado, sino recién escrito en ese tiempo.
  • Una de las razones principales para escribir el Deuteronomio, habría sido para justificar posteriormente la concentración de la adoración en Jerusalén (Deuteronomio cap.12).

De manera similar se elaboraron teorías críticas acerca del origen y trasfondo de los otros libros bíblicos y su contenido. Nuevamente constatamos que no existen fuentes escritas que apoyarían estas teorías. Por ejemplo, no existe ningún manuscrito que presentase los libros Génesis, Éxodo, y Números en su estado antes de la supuesta alteración por los sacerdotes. Tampoco existe algún manuscrito que contendría alguna de las supuestes «fuentes» que compondrían estos libros. (Los teólogos críticos hablan de cuatro distintas «fuentes» contradictorias entre sí, cuyo contenido se habría mezclado en los cinco libros de Moisés.)

– Los teólogos críticos tienen un gran interés en afirmar que los libros históricos de la Biblia habrían sido escritos mucho tiempo después de los eventos que relatan. (En el caso de los libros de Moisés, dicen que habrían sido escritos varios siglos después de Moisés.) Así pueden decir que después de tanto tiempo ya no se podía saber qué sucedió realmente, y por tanto dichos libros no serían confiables. También en el Nuevo Testamento intentan afirmar que sus libros fueron escritos mucho tiempo después de la crucifixión y resurrección de Jesús, y que fueron posteriormente alterados por «redactores». Aunque para el Nuevo Testamento el margen de tiempo posible no es tan grande, porque los escritores del segundo siglo ya testifican de la existencia de estos libros.
Pero el argumento de la «redacción tardía» se vuelve en contra de los mismos teólogos críticos: Si un libro escrito 50 años o 100 años después de los eventos ya no es confiable, ¿cuán confiable es la opinión de un teólogo que 1800 años más tarde hace conjeturas acerca del supuesto origen de ese libro? Seguramente, las opiniones teológicas desarrolladas 1800 años después de los eventos son aun mucho menos confiables que un libro escrito 100 años después de los eventos. ¿Cómo puede un teólogo del siglo 19 pretender que él entiende un libro del siglo 1 mejor que el propio autor del libro?

Niega la profecía bíblica

La teología crítica lo considera imposible que Dios pueda revelar el futuro a algún hombre. Por tanto, esta teología se esfuerza por eliminar de la Biblia toda evidencia histórica de profecías cumplidas. En consecuencia, dicen por ejemplo que aquellos pasajes en Isaías que profetizan el regreso de la cautividad babilónica, no podrían haber sido escritos por Isaías, sino por otro profeta que lo escribió cuando todo ya se había cumplido. De la misma manera dicen que el libro de Daniel no podría haber sido escrito por Daniel, sino unos trescientos años después, cuando ya se habían cumplido las profecías exactas de Daniel acerca de aquella época. Y en el Nuevo Testamento dicen que los pasajes en los Evangelios donde Jesús profetiza la destrucción del templo, no podrían haber sido escritos antes del año 70 cuando se cumplió aquella profecía.
En otras palabras, la teología crítica dice que la profecía bíblica sería un engaño: se trataría de profecías inventadas después de que los eventos ya habían sucedido, y después falsamente atribuidos a profetas que vivían varias décadas o siglos antes.
Nuevamente, no existe ningún apoyo en fuentes escritas para esta opinión. Excepto el hecho de que las profecías efectivamente se cumplieron, y que eso sería «imposible» según el prejuicio racionalista de los teólogos críticos.
(En el caso de Daniel, tenemos además una predicción exacta del año de la crucifixión de Jesús (Daniel 9:25-26). Aun los teólogos críticos no se atreven a decir que el libro de Daniel se haya escrito recién después de la crucifixión, porque existe evidencia irrefutable de que el libro existía antes de Jesús.)

Niega la resurrección de Jesús

En el Nuevo Testamento, el ataque de la Alta Crítica se centra principalmente en la resurrección de Jesús. Ya que «normalmente» los muertos no resucitan, según la teología crítica, Jesús no puede haber resucitado físicamente. Por tanto, se establecen teorías que pretenden explicar el origen de los relatos sobre la resurrección de alguna otra manera. Por ejemplo, los evangelios según Mateo, Marcos y Lucas tienen muchas partes en común, pero al mismo tiempo existen pequeñas diferencias entre las versiones que presenta cada uno de ellos. Los teólogos críticos explican esto con que supuestamente los evangelistas habrían copiado los unos de los otros, pero que al mismo tiempo habrían alterado el texto que encontraron, y lo habrían mezclado con textos de otras «fuentes». Todo eso para llegar a la conclusión de que los relatos en los Evangelios no serían confiables, y que sus autores no habrían sido testigos de los hechos. (Según la mayoría de los teólogos críticos, ninguno de los cuatro Evangelios sería auténtico; o sea, ninguno habría sido escrito por el autor que su título menciona.)
A esto se añade la teoría de que el «Jesús histórico» nunca habría hecho milagros. Los discípulos habrían inventado posteriormente los relatos acerca de los milagros y la resurrección, para contarlos en las reuniones de los cristianos. Y aun más tarde, alguien desconocido habría escrito esos relatos.
Para fundamentar estas suposiciones, los teólogos críticos citan muchos pasajes donde supuestamente habría contradicciones entre los evangelios, o diferencias en el vocabulario o estilo entre pasajes del mismo evangelio, de manera que atribuyen estos pasajes a distintas «fuentes». Se han realizado esfuerzos impresionantes de análisis lingüístico en los idiomas originales de la Biblia, para encontrar esas supuestas contradicciones y diferencias. Eso da la impresión de que todas las conclusiones serían «científicamente demostradas». Ese gran aparato de ciencias auxiliares (lingüística, historia, estudio comparativo de religiones, filosofía, etc.) oscurece el hecho de que en realidad las conclusiones apuntan hacia un único blanco: desprestigiar los relatos de los milagros y de la resurrección de Jesús como «no históricos» y «no confiables». En realidad, ninguna de las conclusiones que los teólogos críticos sacan de sus análisis, se impone lógicamente. Todas sus observaciones se pueden explicar también (a menudo de manera más sencilla) desde la perspectiva de que la Biblia es la palabra verdadera de Dios.
Por ejemplo, el hecho de que los Evangelios contienen muchos pasajes en común, pero que no coinciden literalmente, se puede explicar fácilmente con el hecho de que fueron escritos por tres testigos distintos que observaron los mismos sucesos.* En este caso se esperaría que en gran parte aparecerían las mismas escenas en los tres relatos, pero que cada testigo las relate con sus propias palabras; y eso es lo que efectivamente encontramos al comparar estos Evangelios entre sí.

*Para ser exacto, Lucas no fue testigo presencial, pero relató lo que él escuchó de los testigos que entrevistó, como él mismo dice en el prólogo a su evangelio (Lucas 1:1-4). También Marcos probablemente fue testigo presencial solamente de una parte de los hechos; unos escritores de la iglesia temprana dicen que Marcos escribió lo que escuchó de Pedro. Pero eso no tiene injerencia en el argumento aquí; el punto es que se trata de tres relatos auténticos, independientes, de testigos distintos; no de «copias» ni de «redacciones posteriores» ni de «tradiciones orales de la comunidad», como afirman los teólogos críticos.

Para dar otro ejemplo: Una supuesta «contradicción» se encuentra entre Mateo 20:29-34 y Marcos 10:46-52, donde Mateo relata la curación de dos ciegos, mientras que Marcos menciona a uno solo, Bartimeo. ¿Fueron dos ciegos o fue uno solo? ¿Será que uno de los evangelistas no dice la verdad? – Esta pregunta no tiene por qué inquietarnos, porque es normal que al relatar un suceso no se dan todos los detalles. Para Marcos, obviamente, Bartimeo era importante, por eso lo menciona con nombre. Pero eso no impide que otro ciego haya sido curado junto con él; porque Marcos no dice que Bartimeo haya sido el único ciego que fue curado allí. Entonces no se trata de una contradicción, solamente de una omisión. Mateo omite los nombres de los ciegos, y Marcos omite el hecho de que un segundo ciego estaba presente.
De manera similar se pueden refutar otros argumentos semejantes de la teología crítica. Ninguno de sus hallazgos nos obligaría necesariamente a creer que la Biblia no fuera confiable.

Una cuestión de las presuposiciones fundamentales

Podríamos seguir mencionando ejemplos de la argumentación de esta supuesta «teología científica», pero pienso que estas pocas muestras ya dan una idea de lo que se trata. Esta teología propone muchos argumentos intelectuales, supuestamente «científicos», en su intento de demostrar que los libros de la Biblia contendrían errores y que no serían inspirados por Dios. Estos argumentos suenan convincentes para quienes ya han aceptado las suposiciones básicas de la Alta Crítica; o sea, quienes desde un inicio ya están buscando razones para no tomar la Biblia en serio como palabra de Dios. Pero en realidad, como hemos visto, los argumentos de la Alta Crítica tienen muy poca base en evidencias reales. Podríamos refutarlos uno por uno, pero sería una pérdida de tiempo.
Mucho más importante es afirmar las bases de la fe, y de la confianza en la autoridad de las Escrituras. Fue la intención de Dios, darnos las enseñanzas inspiradas de los apóstoles por escrito. Estas enseñanzas sirven de defensa contra «los que hablan cosas tergiversadas», y entre estos últimos seguramente tenemos que incluir también a los representantes de estas falsamente así llamadas «ciencias bíblicas». Podemos presentar razonamientos intelectuales a favor de la autoridad de la Biblia; eso puede ser útil como «muleta» para aquellos cristianos que fueron confundidos por la Alta Crítica y buscan respuestas a algunos puntos concretos. Pero un teólogo crítico no se dejará convencer por tales razonamientos, porque él ya tomó partido, ya hizo su decisión: Él no quiere creer que la Biblia es la palabra de Dios autoritativa, y no se va a someter a ella, aunque le presentemos mil argumentos a favor. (Excepto si Dios en su soberanía lo quebranta y lo lleva a la conversión.) – Y un cristiano enseñable y dedicado a Dios no tiene necesidad de tales argumentos; porque para él existe una prueba mucho mejor y más eficaz para comprobar la veracidad de la palabra de Dios:
«Mi enseñanza no es mía, sino del que me envió. Si alguien quiere hacer su voluntad, conocerá acerca de la enseñanza si es de Dios o si yo hablo desde mí mismo.» (Juan 7:16-17) – O sea, la autoridad y la eficacia de la palabra de Dios se puede experimentar cuando uno decide obedecerle, y actúa conforme a ella. El que se limita a analizar intelectualmente la palabra de Dios, la encontrará «letra muerta». Pero el que comienza a vivir de acuerdo a la palabra de Dios, encontrará que es «viva y eficaz» (Hebreos 4:12). El que pone su confianza en las promesas de Dios (y cumple las condiciones respectivas), experimentará que estas promesas se cumplen. El que vive en una relación personal de confianza con Dios, no tiene motivos para buscar errores y contradicciones en Su palabra, porque conoce al Autor de estas palabras.

La autoridad de las Sagradas Escrituras y la sucesión apostólica

02/10/2019

Leemos que la primera iglesia «persistía en la enseñanza de los apóstoles» (Hechos 2:42). La enseñanza de los apóstoles fue su base para saber en qué creían. Podemos preguntarnos cómo aplicar este pasaje hoy en día que los apóstoles originales ya no están presentes. A lo largo de la historia, las iglesias han dado básicamente dos respuestas distintas a esta pregunta:

1. Después de algunos años, los apóstoles (o sus ayudantes) comenzaron a escribir sus enseñanzas, guiados por el Espíritu Santo. Estos son los libros que tenemos hoy en nuestro Nuevo Testamento. Entonces, «persistir en la enseñanza de los apóstoles» hoy en día significa leer mucho en el Nuevo Testamento, aplicar lo que dice allí, y no apartarse de lo que está escrito.

2. Otros dicen que así como los apóstoles eran los líderes de la iglesia de entonces, «persistir en la enseñanza de los apóstoles» significaría hoy en día persistir en la enseñanza de los líderes actuales de las iglesias.
Esta es la respuesta que dio la iglesia católica romana. Según su enseñanza, conocida como «sucesión apostólica», los obispos son sucesores de los apóstoles y tienen la misma autoridad como ellos. (La práctica de muchas iglesias evangélicas actuales tiende también hacia esta respuesta.)

Estas dos respuestas pueden pacíficamente existir juntas, mientras los líderes actuales de la iglesia enseñan conforme a la enseñanza de los apóstoles. Pero ¿qué si los líderes actuales enseñan cosas distintas a lo que está escrito en el Nuevo Testamento? ¿o cuando se contradicen entre sí? – Tenemos que averiguar cuál fue la intención del Señor, y de los mismos apóstoles, para los tiempos cuando ellos ya no iban a estar aquí.

En las primeras reflexiones de esta serie ya hemos examinado cuál fue la intención del Señor para Su iglesia: una hermandad bajo un único Maestro, un rebaño bajo un único pastor, Jesús mismo. – Jesús comisionó a los apóstoles para ser testigos de Él (Lucas 24:48, Hechos 1:8); o sea, para testificar de «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida …» (1 Juan 1:1). Por eso, para ser apóstol era necesario haber conocido a Jesús durante su vida en la tierra, y haberle visto como resucitado (Hechos 1:21-22). Esto excluye toda posibilidad de que los apóstoles pudieran haber tenido «sucesores». Un testigo de un evento no puede encargar a un sucesor a que sea testigo en su lugar; a no ser que ese sucesor también haya sido testigo presencial de los mismos hechos.

En Hechos 20:28-32 encontramos la primera mención explícita del tiempo cuando los apóstoles ya no iban a estar. Pablo dice a los ancianos de la iglesia de Éfeso:

«Estén atentos a ustedes mismos y a todo el rebañito entre el cual el Espíritu Santo les puso como cuidadores para pastorear la asamblea del Señor y Dios, la que adquirió por su propia sangre. Porque yo sé esto, que después de mi partida entrarán lobos peligrosos a ustedes que no ahorrarán el rebañito; y de entre ustedes mismos se levantarán varones que hablan cosas tergiversadas para sacar a los discípulos detrás de ellos. Por eso vigilen, y recuerden que durante tres años de noche y de día no cesamos de amonestar a cada uno con lágrimas. Y ahora, hermanos, les encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder de edificarles y darles la herencia entre los santificados a todos.»

Notamos lo siguiente:
Los supervisores o cuidadores («obispos» en algunas traducciones) fueron puestos por el Espíritu Santo. No hay ninguna mención de que ellos hubieran sido instituidos como sucesores de Pablo, que hubieran heredado su ministerio, o algo similar. (Comparando el v.28 con el v.17, entendemos que los cuidadores («obispos») son idénticos con los ancianos de la iglesia.)
Pablo los advierte contra «lobos peligrosos» y «hombres que hablen cosas tergiversadas», que surgirán en la iglesia muy pronto después de su partida. Ante esta situación, Pablo dice: «Y ahora, hermanos, les encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia …» (v.32) – Pablo no los encomienda a un sucesor suyo. Sabemos que Pablo dejó a Timoteo en Éfeso (1 Timoteo 1:3). Entonces, si Timoteo hubiera sido «sucesor de Pablo», como enseñan los proponentes de la sucesión apostólica, Pablo hubiera dicho a los ancianos que se sujetasen a Timoteo. Pero él los encomienda a Dios y a Su palabra. Con esto, Pablo confirma la intención original del Señor: «Uno es su Maestro, el Cristo, y todos ustedes son hermanos.» (Mateo 23:8). Después de la partida de los apóstoles, la iglesia queda encomendada a la palabra de Dios.

Por lo menos tres veces en sus cartas a las iglesias, Pablo las instruye a examinar todo lo que se habla y enseña en la iglesia, y a distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. (1 Corintios 14:29, Gálatas 1:6-9, 1 Tesalonicenses 5:19-22.) Estas cartas se dirigen a las iglesias enteras en conjunto; entonces es la iglesia en conjunto que debe ejercer este discernimiento, no solamente unos líderes en particular. En Gálatas 1:8-9 se menciona también el criterio para discernir: «el evangelio que ustedes han recibido», o sea la enseñanza original de los apóstoles, tal como la tenemos en el Nuevo Testamento. Pablo dice incluso explícitamente que debían rechazarle aun a él mismo, si él comenzara a enseñar un evangelio diferente. Aquí se confirma nuevamente que la autoridad sobre la iglesia no descansa en la persona de los apóstoles o de otros líderes, sino en la enseñanza apostólica original, o sea, en el Nuevo Testamento.

También Pedro en su segunda carta (escrita poco antes de su muerte, 1:13-14), usa dos de los tres capítulos para advertir contra los falsos maestros que vendrán. Pero en ninguna parte dice que el remedio contra eso consista en sujetarse a un sucesor de Pedro; ni siquiera que tal sucesor exista. Si la sucesión apostólica existiera, ¿no hubiera esta sido la oportunidad más indicada para enseñarla?
En cambio, Pedro menciona en tres pasajes de esta carta las «profecías de la Escritura» (o sea el Antiguo Testamento, 1:19-21, 3:2a), «el mandamiento del Señor … dado por los apóstoles» (o sea el Nuevo Testamento, 3:2b), «las cartas de Pablo» (3:15-16) y «las otras Escrituras» (3:16). Así confirma también Pedro que son las Sagradas Escrituras que deciden sobre verdad o error en la iglesia; no las enseñanzas o decretos de líderes posteriores.

Un pasaje que es a veces usado para defender la sucesión apostólica, es 2 Timoteo 2:2: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.» Aquí, dicen, confirma Pablo a Timoteo como su sucesor en el apostolado, y lo instruye que él, por su parte, también instituya sucesores. Pero eso es proyectar dentro del texto algo que no está escrito. Nada en este versículo habla de transmitir un apostolado, o de establecer una estructura jerárquica. Este versículo habla de transmitir la enseñanza original del apóstol (en cuanto es inspirada por Jesús mismo). Esta enseñanza debe encargarse a «hombres fieles», para que ellos no la alteren. Es un tema recurrente en las cartas a Timoteo, y particularmente en la segunda carta, que la enseñanza original debe preservarse fielmente e inalterada (2 Timoteo 1:13-14, 2:15, 3:14-16, 4:2-4). Según 2 Timoteo 3:15-17, la enseñanza sana y correcta está fundamentada sobre las Sagradas Escrituras.
Además, si alguien quisiera usar el ejemplo de Pablo y Timoteo para defender la sucesión apostólica, tendría que explicar primero de quién era sucesor Pablo mismo. Pablo no era ninguno de los doce apóstoles originales, ni fue instituido por alguno de ellos. En Gálatas 1:11-17 pone mucho énfasis en el hecho de que él no aprendió el Evangelio de ningún hombre, sino directamente del Señor mismo. Solamente cuando ya estaba ejerciendo su ministerio de anunciar el evangelio a los no judíos, se fue por primera vez a hablar con los otros apóstoles, para comparar su mensaje con el mensaje que anunciaban ellos (Gálatas 2:1-2). Pablo es el ejemplo más claro de que Dios llama y confirma soberanamente al que Él quiere.

Los proponentes de la sucesión apostólica dicen también que las promesas de Jesús a Pedro en Mateo 16:17-19 se aplicarían «implícitamente» a los sucesores de Pedro. Pero ninguno de los «padres de la iglesia» en los primeros siglos interpretaba este pasaje de esta manera. Y hay otro problema adicional con esta interpretación: No mucho tiempo después, Jesús dijo a Pedro: «¡Vete detrás de mí, satanás! Me eres un tropiezo, porque no piensas lo de Dios, sino lo de los hombres.» (Mateo 16:23). Si fuera cierto que las promesas de Jesús a Pedro se extenderían «implícitamente» a todos los supuestos «sucesores de Pedro», los papas de Roma, entonces según el mismo razonamiento Jesús hubiera también llamado «satanás» a todos los papas. El verso 23 está completamente paralelo a los versos 17 a 19: ambos pasajes son palabras de Jesús a Pedro, en respuesta a una declaración concreta que Pedro personalmente había hecho. Entonces, todo razonamiento que se aplica a los versos 17 a 19, debe aplicarse también al verso 23, y vice versa.

En conclusión, el énfasis de los apóstoles fue este: que la iglesia de todos los tiempos sea fundamentada sobre las enseñanzas del Señor y de los apóstoles originales, y que siempre vuelva a estas mismas enseñanzas. Por eso el Espíritu Santo los encargó con poner la esencia de estas enseñanzas por escrito, para que sea accesible a cada cristiano. La iglesia entera debe evaluar a todos sus líderes, si son fieles a estas enseñanzas originales. Una iglesia que no sigue estas enseñanzas, o que declara como «apostólica» alguna enseñanza que no fue enseñada por los apóstoles originales, no es iglesia del Nuevo Testamento.

Variaciones evangélicas de la sucesión apostólica

Cabe mencionar aquí que muchos evangélicos tienen su propia versión del papado y de la sucesión apostólica. No que tuvieran directamente un «papa evangélico»; pero muchos atribuyen al «pastor» o predicador casi la misma infalibilidad como los católicos al papa: «Nuestro pastor ha dicho así, entonces ¡tiene que ser verdad!» Muchas congregaciones que tienen esta creencia, no permiten que algún miembro use las Sagradas Escrituras para corregir a un pastor o líder que está en error. Dicen a sus miembros: «¡Tienes que sujetarte a tu pastor, aunque él esté equivocado!» – En esta reflexión [LINK] hemos examinado esa clase de enseñanzas y prácticas.
Muchos «pastores», a su vez se hacen dependientes de otros líderes o maestros, y siguen sus enseñanzas sin cuestionar: sean los profesores que les enseñaban en el seminario, o la «doctrina oficial» de su denominación, o algún líder que trae una nueva «estrategia» de evangelización o de crecimiento de la iglesia. Así se crean nuevas «tradiciones evangélicas», que en la práctica adquieren mayor autoridad que las Sagradas Escrituras, de la misma manera como la «tradición» de la iglesia católica romana.
Las denominaciones evangélicas tienen también sus estatutos y reglamentos que establecen estructuras de liderazgo, manejos financieros, procedimientos en casos de conflictos, etc. En la práctica, cuando se trata de solucionar algún asunto, esos reglamentos y estatutos adquieren mayor importancia que la Biblia misma. Si se tratase de una iglesia fundamentada sobre la Biblia, entonces no habría necesidad de tantas leyes adicionales. Sería suficiente con hacer caso a los pasajes bíblicos respectivos.
También es bastante difundida en los círculos evangélicos la creencia de que uno se convierta en un «hombre de Dios» y adquiera autoridad espiritual, mediante el rito de la ordenación como «pastor». Eso no es diferente de la creencia católica romana de que un obispo adquiera autoridad apostólica mediante el sacramento de la ordenación (que supuestamente transmite la sucesión apostólica). Solamente que los evangélicos no lo llaman «sacramento»; pero la creencia detrás del rito es la misma.

Las congregaciones que siguen tales creencias, pierden su conexión con el diseño original de Dios en el Nuevo Testamento, y en cambio comienzan a establecer sus propias tradiciones, y a dar más peso a esas tradiciones que a la palabra de Dios. En consecuencia, cualquier error puede establecerse como «verdad», si el liderazgo lo apoya. Tales organizaciones pueden incluso llegar a perseguir a los verdaderos cristianos que se apoyan en las Sagradas Escrituras, como predijo el Señor: «Les expulsarán de las sinagogas. Y viene una hora cuando todo el que les mate pensará ofrecer culto a Dios.» (Juan 16:2) Efectivamente, las grandes «iglesias» institucionales que se hacen llamar cristianas, muchas veces en su historia han perseguido y matado a las minorías que deseaban volver a las verdades del Nuevo Testamento.


Nota: Este blog y este artículo se dirige a personas que desean seguir las enseñanzas de la Biblia; no a defensores del romanismo. Las discusiones entre cristianos bíblicos y romanistas acerca de este tema son inútiles: El cristiano bíblico decidió de antemano que la Biblia es la autoridad suprema, y por tanto no recibirá los argumentos de los maestros de Roma. El romanista, en cambio, decidió de antemano que los líderes de su iglesia son la autoridad suprema, y por tanto no recibirá los argumentos bíblicos. No existe terreno común entre las dos posiciones.
Por tanto, no recibiré comentarios en defensa del romanismo. (Vea también:
«Una palabra a los lectores católicos romanos».) Lo mismo aplica a las corrientes evangélicas autoritarias de la «sujeción bajo el pastor».

Ataques contra la autoridad de las Sagradas Escrituras en la iglesia

24/09/2019

En la reflexión anterior hemos explicado por qué la iglesia es fundamentada sobre las Sagradas Escrituras, y particularmente sobre las enseñanzas del Nuevo Testamento. Este es el principio que fue rescatado durante la Reforma, bajo el lema de «Sola Scriptura»: «Solamente por las Escrituras» tenemos la auténtica y autoritativa palabra de Dios; solamente por las Escrituras podemos distinguir con seguridad entre la verdad y el error en la iglesia. Pero este principio está hoy en día nuevamente bajo ataque, aun en las iglesias que surgieron de la Reforma. Aun en congregaciones que en la teoría afirman que las Escrituras son su autoridad suprema, en la práctica encontramos que la palabra del pastor o de otros líderes tiene más peso que la palabra de Dios.

En una congregación que respeta la autoridad de las Escrituras, aunque la mayoría de la gente haya caído temporalmente en un error, un solo «miembro común» puede levantarse con la Biblia en la mano y declarar que la mayoría está equivocada, y la mayoría se dejará corregir por la palabra de Dios. En una iglesia según el diseño de Dios, una sola persona respaldada por la palabra de Dios tiene mayor autoridad que una entera junta directiva que contradice o tuerce la palabra de Dios. Eso fue la esencia de los principios reformados. (Nota: La historia testifica que aun las mismas iglesias reformadas a menudo actuaron en contra de estos principios. Pero no son sus acciones que debemos tomar como ejemplo, son sus principios que se deben rescatar, y esos principios son correctos y bíblicos.)
Pero ¿en cuántas congregaciones contemporáneas se respeta todavía esta autoridad de la palabra de Dios? ¿Cuántas congregaciones se dejan todavía corregir por la palabra de Dios? ¿Cuántos líderes de congregaciones se dejan corregir por un «miembro común» que se apoya en la palabra de Dios? Si los asuntos se deciden por el dictado de los líderes, o por el voto de la mayoría, allí no gobierna la palabra de Dios; y entonces no se trata de una iglesia según el Nuevo Testamento.

La autoridad de las Sagradas Escrituras está siendo atacada principalmente desde dos lados. El Señor nos advirtió a no «añadir» ni «quitar» nada de Sus palabras (Apocalipsis 22:18-19). Podemos caracterizar los dos lados como los que «añaden», y los que «quitan».

La iglesia católica romana enseña que la autoridad de las Escrituras depende de la autoridad de la iglesia misma. Dice que las Escrituras son un producto de la iglesia, que tienen autoridad no por sí mismas, sino porque la iglesia las declaró autoritativas, y que por tanto – esta es la conclusión crítica – la jerarquía de la iglesia tiene también hoy en día la autoridad de decidir autoritativamente lo que la Biblia quiere decir y qué no quiere decir. Ellos añaden una autoridad adicional a la autoridad de las Escrituras; la autoridad de sus propios maestros.

La misma idea está también en el fondo de diversas corrientes evangélicas autoritarias (vea esta reflexión y las siguientes), aunque con matices un poco diferentes. Lo que decimos a continuación acerca del romanismo, aplica de manera similar también a esas corrientes.

Primeramente, esta argumentación se fundamenta sobre una afirmación históricamente falsa. La mayor parte de la Biblia – el entero Antiguo Testamento – no fue de ninguna manera producido por la iglesia. El Antiguo Testamento existía ya mucho tiempo antes de que existiera la iglesia. Si quisiéramos nombrar alguna comunidad humana como «origen» de la Biblia (haciendo caso omiso a su inspiración divina), entonces tendríamos que nombrar en primer lugar al pueblo judío. Y entonces, si quisiéramos seguir la línea de argumentación romana, tendríamos que decir que son en primer lugar los judíos que tienen la autoridad de definir lo que la Biblia quiere decir o no quiere decir. (Por lo menos en el caso del Antiguo Testamento; pero también los autores del Nuevo Testamento fueron todos judíos, con la excepción de Lucas.) Pero es bien conocido que los rabinos de mayor prestigio decidieron que las profecías bíblicas no señalarían a Jesús como el Mesías. Entonces la argumentación romana, aplicada consistentemente, nos llevaría a la conclusión de que los primeros apóstatas hubieran sido los mismos cristianos, porque se pusieron en contradicción contra la interpretación «autoritativa» judía de las Escrituras.
Aun si limitáramos nuestro enfoque al Nuevo Testamento, no podremos evadir el hecho de que una gran parte de las enseñanzas del Nuevo Testamento se basan explícitamente sobre el Antiguo Testamento. Si la comunidad humana donde se originaron las Escrituras fuera tan «autoritativa» como supone el argumento romano, entonces no hay manera de desautorizar a los maestros judíos.
Si por el otro lado se quiere mantener que el pueblo judío se desautorizó a sí mismo, ya que rechazaron a Jesús y a los apóstoles, entonces el argumento recae sobre la misma iglesia romana: Si hubo razones para rechazar la autoridad de los maestros judíos, a base de lo que Jesús y los apóstoles hicieron y enseñaron, entonces igualmente hay razones para rechazar la autoridad de los maestros de la iglesia de Roma, porque mucho de lo que ellos enseñan y practican, también contradice lo que Jesús y los apóstoles hicieron y enseñaron.

También la segunda base de la argumentación romana es cuestionable: ¿Realmente las Escrituras no tendrían ninguna autoridad, si «la iglesia» no hubiera reconocido su autoridad? Eso es como decir que las leyes tienen autoridad solamente porque los jueces las aplican. Eso es confundir causa y efecto. No es el juez quien hace que las leyes se vuelvan autoritativas; el juez aplica las leyes porque ya son autoritativas. De la misma manera, la iglesia de los primeros siglos se sometió a las Escrituras porque esas Escrituras ya tenían autoridad. La autoridad de la enseñanza de los apóstoles se originó en Jesús mismo, y en la obra del Espíritu Santo tal como Jesús lo prometió. Esta autoridad no depende del reconocimiento de generaciones posteriores.

También tenemos que preguntar en este contexto, por qué la iglesia siquiera hizo una distinción tan clara entre los libros canónicos del Nuevo Testamento, y los libros no inspirados. Si la «tradición» tuviese la misma autoridad apostólica como el Nuevo Testamento, entonces ¿por qué no se declararon «autoritativos» o «inspirados» también la «Didajé», o la carta de Clemente de Roma, o los escritos de Ireneo? ¿Por qué se estableció siquiera un «canon» de los libros inspirados? El mismo hecho de que se hizo esta distinción, ya refuta el punto de vista romano: Es una enseñanza esencial de la «tradición» de la iglesia, que la autoridad de esa «tradición» es inmensamente inferior a la autoridad de los libros inspirados del Nuevo Testamento.

Por fin tenemos que preguntar qué entiende la doctrina romana con «iglesia». ¿La «iglesia» que produjo el Nuevo Testamento, es la misma como la «iglesia» que hoy en día supuestamente tiene autoridad para imponer su interpretación? ¿Y es idéntica con lo que el Nuevo Testamento mismo llama «iglesia»?
Los autores (humanos) de los libros del Nuevo Testamento eran personas individuales que fueron individualmente autorizados e inspirados por Dios para escribir; no como miembros de algún gremio imaginario llamado «iglesia». Donde el Nuevo Testamento habla de «iglesia», siempre se refiere a los receptores, no a los escritores de estos libros. Entonces, desde un inicio la doctrina romana usa el término «iglesia» de una manera ajena al Nuevo Testamento.
También al hablar de la iglesia actual, la doctrina romana no se adhiere al uso bíblico del término. La supuesta autoridad para interpretar la Biblia autoritativamente, está concentrada en el papa y los concilios. El Señor Jesús, en cambio, describió la iglesia como una comunidad donde «uno es su Maestro, el Cristo; y todos ustedes son hermanos.» (Mateo 23:8.) Bíblicamente, cada cristiano está autorizado para usar, comprender, interpretar y aplicar la Biblia. Esto es confirmado por los pasajes citados en la reflexión anterior, que exhortan a la iglesia entera (o sea, a cada cristiano) a «juzgar» o «examinar» lo que se enseña, a base del evangelio original.
Y tenemos que preguntar si efectivamente existe una continuidad, o incluso una identidad, entre la autoridad de los apóstoles originales y los líderes de la «iglesia» actual. La iglesia romana enfatiza que sí. Ese es el concepto de la sucesión apostólica que examinaremos en otra oportunidad. Pero pienso que sería suficiente comparar la personalidad de los líderes actuales con la personalidad de los apóstoles originales (después de Pentecostés), para darse cuenta de que existe una diferencia abismal.

Mientras que la doctrina romana implica que los líderes actuales de la iglesia serían igual de «inspirados» por Dios como los apóstoles originales, existe un segundo ataque contra la autoridad de las Escrituras, el cual declara que ni siquiera los apóstoles eran inspirados. O sea, esta corriente quita de las palabras de Dios. Muchos teólogos seguidores de la Alta Crítica – y eso incluye a muchos evangélicos – dicen que los autores del Nuevo Testamento no habrían tenido la intención o la conciencia de escribir bajo la inspiración de Dios, y que la iglesia temprana no habría considerado estos libros como Sagrada Escritura.
Este argumento resulta bastante débil a la luz de la evidencia. Jesús mismo, por supuesto, estaba consciente de que Él, como Hijo de Dios y enviado por Él, hablaba las palabras de Dios. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.» (Mateo 24:35, Marcos 13:31). «La multitud se agolpaba sobre él para escuchar la palabra de Dios.» (Lucas 5:1). «La semilla es la palabra de Dios» (Lucas 8:11). «Mas bien muy felices los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.» (Lucas 11:28). «Porque el que Dios comisionó, éste habla los dichos de Dios.» (Juan 3:34). «Entonces lo que hablo, como me ha dicho el Padre, así hablo.» (Juan 12:50).
También el apóstol Pablo sabía muy bien que su mensaje le fue encomendado por Dios mismo: «Esto hablamos también, no en palabras aprendidas de la educación humana, sino en palabras aprendidas del Espíritu Santo …» (1 Corintios 2:13) – «Pero les doy a conocer, hermanos, el evangelio que fue evangelizado por mí, que no es según un hombre. Porque yo tampoco lo recibí de un hombre, ni fui enseñado, sino por una revelación de Jesucristo.» (Gálatas1:11-12). «… porque cuando ustedes acogieron la palabra de nuestro mensaje acerca de Dios, la recibieron no como palabra de hombres, sino como es verdaderamente, como palabra de Dios, la que también es eficaz en ustedes los creyentes.» (1 Tesalonicenses 2:13). – Pedro llama las cartas de Pablo «[sagrada] Escritura» (2 Pedro 3:15-16). También dice que la palabra del evangelio que él anuncia, es «palabra del Señor» al igual como el Antiguo Testamento (1 Pedro 1:25). – Todos los apóstoles habían recibido su misión desde la misma boca de Jesús: «Vayan por todo el mundo, y anuncien el evangelio a toda criatura … enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Marcos 16:15, Mateo 28:20).
Así recibió también la primera iglesia las enseñanzas de los apóstoles. Ninguno de los escritores cristianos de los primeros siglos (con excepción de los falsos maestros) expresa algún cuestionamiento acerca de la autoridad de las enseñanzas escritas de los apóstoles originales. Por tanto, las afirmaciones de los teólogos críticos realmente no tienen fundamento.

La autoridad de las Sagradas Escrituras en la iglesia

18/09/2019

En todo lo que decimos acerca de la iglesia del Nuevo Testamento, damos por sentado que la iglesia del Nuevo Testamento se apoya sobre el Nuevo Testamento (e implícitamente sobre el Antiguo Testamento, al que el Nuevo Testamento hace referencia). De otro modo no tendría sentido hablar de una «iglesia del Nuevo Testamento».

Sin embargo, exactamente este concepto, el que la iglesia del Nuevo Testamento es fundamentada sobre el Nuevo Testamento, está bajo ataque hoy en día desde diversos lados. Será necesario entonces profundizar un poco en este asunto.

La Biblia que Jesús tenía en sus manos fueron las Escrituras hebreas, las que hoy conocemos con el nombre de «Antiguo Testamento». Para los judíos de aquel tiempo era bien claro que su fe estaba fundamentada sobre la Biblia (el Antiguo Testamento), y que estas Escrituras eran la palabra de Dios, verdadera y sin error, la que Él había transmitido a los profetas.
Es cierto que en aquel tiempo los rabinos (los «escribas») habían adquirido mucho poder; y en la práctica se daba más importancia a las interpretaciones rabínicas de las Escrituras, que a las Escrituras mismas. Pero aun así quedaba claro que las Escrituras eran el fundamento incuestionable. Eso se nota aun en las disputas de Jesús con los rabinos. Aunque los rabinos contradecían fuertemente a mucho de lo que Jesús decía, nunca se atrevieron a contradecir a las Escrituras mismas. La autoridad de las Sagradas Escrituras sobre la fe, la vida y la sociedad judía estaba bien establecida en aquellos tiempos. Jesús pudo apoyarse en una verdad generalmente aceptada, cuando dijo en medio de una controversia muy acalorada: «…y la Escritura no puede ser disuelta» (Juan 10:35). En otra oportunidad dijo: «No piensen que vine a derribar la ley o los profetas. No vine a derribar, sino a cumplir. Porque firmemente les digo: Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una rayita de la ley pasarán, hasta que todo haya sucedido. Entonces el que disuelva uno [solo] de estos mandamientos más pequeños y enseñe así a los hombres, será llamado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero el que haga y enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.» (Mateo 5:17-19)

Jesús y las Escrituras (del Antiguo Testamento) se confirman mutuamente: Jesús, con sus palabras, confirma la autoridad y veracidad de las Escrituras. Y las Escrituras confirman que Jesús es el Mesías enviado por Dios, mediante las profecías que se cumplieron en Su vida, muerte, y resurrección. Evidencias de profecías cumplidas encontramos por ejemplo en: Mateo 1:23, 2:6, 2:18, 8:17, 11:5, 21:42, 26:31, 27:46 (vea Salmo 22:14-18), Lucas 23:34, 24:45-47, Hechos 2:17, 2:27, 8:32-35, y diversos otros pasajes.

Entonces, Jesús y las Escrituras no se pueden separar. El que cuestiona la autoridad de las Escrituras, cuestiona a Jesús mismo.

Cuando llegamos ahora a las Escrituras del Nuevo Testamento, algunos dicen que la primera iglesia no pudo ser fundada sobre el Nuevo Testamento, porque el Nuevo Testamento todavía no existía. Es cierto que durante los primeros años de la iglesia, el Nuevo Testamento todavía no existía en forma escrita. Pero sí existía en forma de la enseñanza de los apóstoles, como se menciona en Hechos 2:42, 4:33, 5:42. Y lo que es aun más importante: Existía en forma de la obra del Espíritu Santo quien enseñaba a los discípulos – en primer lugar a los apóstoles -, y les hacía recordar todo lo que Jesús mismo había enseñado, según Su promesa en Juan 14:26. Jesús había encargado a los discípulos: «… enséñenles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Mateo 28:20). O sea, la enseñanza de los apóstoles no es otra cosa que la enseñanza de Jesús mismo, y el Espíritu Santo se encargaba de vigilar sobre la autenticidad de esta enseñanza. Pero la enseñanza de los apóstoles es lo que tenemos por escrito en el Nuevo Testamento. Entonces, la primera iglesia sí estaba fundada sobre las enseñanzas del Nuevo Testamento, aunque estas enseñanzas todavía no habían sido escritas.

Así como Jesús avaló la autoridad de las Escrituras del Antiguo Testamento, también avaló anticipadamente las Escrituras del Nuevo Testamento: Primeramente por Sus promesas acerca del ministerio del Espíritu Santo (Juan 14:26), y de que las generaciones futuras «creerán a través de la palabra de ellos (de los apóstoles)» (Juan 17:20). Y después de Su resurrección, porque comisionó explícitamente a los apóstoles como Sus testigos autorizados (Mateo 28:19-20, Lucas 24:47-49, Hechos 1:8, Hebreos 2:3-4).

Entonces, toda enseñanza o práctica posterior debe evaluarse si está conforme o no con la enseñanza original de los apóstoles en el Nuevo Testamento, y con la Biblia entera. Los judíos en Berea fueron llamados «nobles» porque evaluaron la enseñanza de Pablo según las Escrituras (Hechos 17:11). De la misma manera, la iglesia (todos sus miembros) debe evaluar cualquier enseñanza o profecía (1 Corintios 14:29, 1 Tesalonicenses 5:20-21). Según Gálatas 1:8-9, el criterio para hacer esta evaluación es «lo que les hemos evangelizado, (…) lo que ustedes recibieron (en el principio)«, o sea la enseñanza original de los apóstoles. El principio bíblico es siempre orientarse en «lo que fue desde el principio» (vea La primera iglesia, el modelo para todos los tiempos). Según este criterio, dice Pablo, los gálatas debían rechazarle aun a él mismo, en el caso de que él anunciase un evangelio diferente del original. Allí queda bien claro que la autoridad suprema sobre la fe y la enseñanza de la iglesia no es algún liderazgo, alguna jerarquía o junta de líderes; la autoridad es la enseñanza auténtica del Nuevo Testamento.