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¿Existe una economía cristiana?

16/04/2020

Este artículo es un complemento a la serie sobre las finanzas de la iglesia. Ampliemos un poco ese tema: ¿Cómo actúa un cristiano del Nuevo Testamento en asuntos económicos en general? ¿Qué pautas bíblicas tenemos respecto a la administración del dinero, la generación y comercialización de bienes, el trabajo, etc.?

No encontramos en la Biblia ninguna exposición sistemática acerca de este tema. Pero en su enseñanza general, podemos encontrar las siguientes pautas:

Las riquezas son de Dios; nosotros somos sus administradores.

«Del Señor es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan.» (Salmo 24:1)

«Mía es la plata, y mío el oro, dice el Señor de los ejércitos.» (Hageo 2:8)

Dios es el Creador de todos los bienes que existen en la tierra. Por tanto, Él es el propietario legítimo de todo. Cuando Él pone riquezas en nuestras manos, lo hace con la intención de que las administremos en responsabilidad ante Él. Entonces, con todos los bienes que tenemos en nuestra posesión, siempre debe ser nuestra pregunta: «Señor, ¿qué quieres tú que yo haga con esto?»

Dios puso a Adán en el huerto de Edén (que corresponde al «mundo civilizado» de entonces), «para labrarlo y guardarlo» (Génesis 2:15), o sea para administrarlo según la voluntad de Dios. Este mandato sigue vigente.
En el Nuevo Testamento hay varias parábolas que muestran a Dios como un señor que reparte sus riquezas entre sus siervos. Pero a su regreso, el Señor pide cuentas de ellos, respecto a lo que hicieron con los bienes del Señor. (Mateo 24:45-51, 25:14-30, Lucas 19:11-27.) Estas parábolas se pueden aplicar a los bienes no materiales (talentos naturales, dones espirituales); pero igualmente aplican a los bienes materiales.

Nuestro trabajo es para el Señor, no para los hombres, ni para nosotros mismos.

Lo dicho aplica también al trabajo. Es Dios quien nos ha dado las fuerzas para trabajar. Por tanto, debemos considerar siempre que nuestro «jefe» es Dios, antes que cualquier persona en la tierra:

«Y todo lo que hagan en palabra o en obra, todo sea en el nombre del Señor Jesús, dando gracias al Dios y Padre por medio de él. (…) Y todo lo que hagan, trabajen con toda su alma como para el Señor, y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa …»
(Colosenses 3:17.23)

Entonces, en cualquier conflicto entre los mandamientos de Dios y las exigencias de un jefe terrenal, un trabajador cristiano elegirá «obeder a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). En casos graves, eso puede significar perder su trabajo; pero aun en esa situación, un cristiano confiará en la provisión de Dios, antes que en las posibilidades que ofrece un puesto de trabajo.
Y un trabajador independiente, o un empresario, no puede por eso hacer todo lo que quiere. Tiene que recordar siempre que «también ustedes tienen un jefe en el cielo» (Colosenses 4:1).

Y por supuesto, si Dios es nuestro jefe, no podemos entregarle un trabajo de mala calidad. Producir y vender servicios y productos defectuosos, a sabiendas, es pecado.

Dios provee por nosotros mediante Su bendición, y mediante nuestro trabajo.

Estos dos medios de provisión son resumidos de manera concisa en estos versos:

«Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en sus caminos.
Cuando comas el trabajo de tus manos, bienaventurado tú, y tendrás bien.»
(Salmo 128:1-2)

El que «teme al Señor», y vive según Su voluntad, puede contar con Su bendición y provisión. Si buscamos primero el reino de Dios, Él nos dará todo lo que necesitamos para la vida material (Mateo 6:26-34). Como demuestra el Salmo 128, esta bendición de Dios nos llega mayormente en forma de los productos de nuestro propio trabajo.
Por el otro lado, Dios no quiere que pongamos nuestra confianza en nuestro trabajo. El éxito siempre depende de Dios mismo:

«Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila la guarda.»
(Salmo 127:1)

No debemos acumular tesoros en la tierra.

Esta es una advertencia frecuente del Señor Jesús. (Vea Mateo 6:19-21, 19:21 y paralelas, Lucas 12:21.33-34.) Es que las riquezas acumuladas son una tentación de desviar la mirada de Dios, nuestro proveedor, y en cambio poner nuestra confianza en las riquezas. Así advierte también Pablo:

«Porque nada trajimos al mundo, y es obvio que nada podemos llevarnos; entonces si tenemos comida, vestimenta y alojamiento, que nos contentemos con esto. Los que quieren enriquecerse, caen en tentaciones y trampas y muchos deseos insensatos y dañinos, y se hundirán en la perdición y destrucción. Porque el amor al dinero es una raíz de todos los males.»
(1 Timoteo 6:7-10)

Hemos visto en los artículos anteriores, que la generosidad y el compartir con los necesitados era muy importante en la iglesia del Nuevo Testamento. Un cristiano valora el bien de sus prójimos antes que su propia ganancia.

Se respeta la propiedad privada.

Lo anterior no debe interpretarse en el sentido de que algún liderazgo deba ejercer control sobre la forma de cómo un cristiano administra sus bienes. Debemos dar cuentas de ello ante Dios, pero no ante los hombres. Por eso, el mandamiento «No robarás» se refuerza también en el Nuevo Testamento. Nadie tiene derecho de quitar a otra persona los bienes que Dios ha puesto en sus manos.
En el caso de Ananías y Safira, Pedro aclara que su pecado no consistió en haber retenido una parte del precio; eso era su derecho: «Si se quedaba contigo, ¿acaso no seguía siendo tuyo; y aun vendido, estaba bajo tu autoridad?» (Hechos 5:4) Mas bien, su pecado consistía en haber mentido respecto a ello.
(Nota: El caso es diferente en la situación donde alguien es puesto como administrador sobre bienes ajenos. Por ejemplo en el caso de la ofrenda para Jerusalén, hemos visto que era sumamente importante hacer las cosas con toda honradez y transparencia, «no sólo ante el Señor, sino también ante los hombres» (2 Corintios 8:20-21). Eso era necesario porque el dinero que se llevaba a Jerusalén, provenía de las donaciones de muchas otras personas. – Lo mismo aplica a la administración en todo grupo que decide tener fondos en común; particularmente iglesias, empresas, asociaciones, y las entidades del gobierno.)

Entonces, los pasajes bíblicos respecto al compartir y al rendir cuentas, no pueden interpretarse en el sentido de que algún liderazgo en la iglesia o en el gobierno tenga que organizar alguna forma de redistribución de riquezas. El compartir y la ayuda a los necesitados siempre son voluntarios. La generosidad de los primeros cristianos fue obrada por el Espíritu Santo, no impuesta a la fuerza por algún liderazgo.
Cierto, en Romanos 13:6-7 dice que debemos pagar impuestos. Pero esto se refiere a los impuestos que se cobran para el mantenimiento de los «servidores» que administran justicia, que alaban los actos buenos y castigan la maldad (versos 3-5). No se refiere a impuestos para la redistribución de riquezas, ni para que el gobierno asuma responsabilidades que Dios ha dado a las familias y a la comunidad cristiana, tales como educar a los niños o cuidar a los enfermos. Bíblicamente, éstas son tareas ajenas al gobierno. Por tanto, desde una perspectiva bíblica, el cobro de impuestos para tales fines debe calificarse como robo o extorsión estatal.

Nuestro trabajo debe servir en primer lugar para el bien de los demás, no para enriquecernos.

Hemos visto que por un lado, el trabajo es el medio principal que Dios ha provisto para generar bienes y para mantener nuestra vida. Pero por el otro lado, Dios quiere que nuestro trabajo sea para la gloria de Él mismo, y para el bien de nuestros prójimos:

«El que robaba, ya no robe, mas bien trabaje obrando con sus propias manos lo bueno, para que tenga que compartir con el que tiene necesidad.»
(Efesios 4:28)

Esto, junto con las pautas anteriores, muestra que no todo trabajo agrada a Dios. Hoy en día se producen muchas cosas que no corresponden a ninguna necesidad, ni proveen un beneficio verdadero. Pero se invierte mucho dinero y esfuerzo en la propaganda comercial, la cual despierte deseos de poseer esos objetos de ninguna utilidad. Así la gente los compra y provee ganancias para sus productores. No creo que Dios vea con agrado la producción de productos inútiles o incluso dañinos.
Algo similar hay que decir acerca de la burocracia estatal. El trabajo de muchos funcionarios no solamente es improductivo, sino que impide incluso que otras personas sean productivas, al obstaculizar su trabajo con reglamentos y prohibiciones innecesarias y excesivas.


Todo lo esbozado hasta aquí, se puso verdaderamente en práctica en los países herederos de la Reforma, durante los siglos 17 a 19. Diversos historiadores han notado que esta «ética protestante del trabajo» fue el factor decisivo para que esos países salieran de la pobreza y se convirtieran en las primeras potencias económicas al nivel mundial. La ventaja económica de aquellos países persiste incluso hasta hoy, aunque ya desecharon su herencia cristiana en cuanto a su estilo de vida.

Economía cristiana como economía generalizada o como economía marginal

En los países reformados funcionaron esos principios durante mucho tiempo, porque grandes partes de la población y aun de los gobernantes se identificaban con los principios bíblicos. Eso incluye aun a muchas personas que personalmente no eran cristianos nacidos de nuevo. Hoy, en cambio, tenemos una economía dominada por las entidades gubernamentales nacionales e internacionales, y las grandes empresas multinacionales, y moviéndose poco a poco hacia el cumplimiento de Apocalipsis 13:17.

En esta situación, el verdadero pueblo de Dios ya no puede esperar que la sociedad respete sus principios. Al contrario, la tendencia será que los seguidores de Cristo serán más y más excluídos de la economía generalizada. En esta situación, una economía del pueblo de Dios no podrá ser más que una alternativa o «contracultura» marginalizada. La iglesia del Nuevo Testamento tendrá que inventar e implementar sus propias estructuras económicas, si quiere sobrevivir. Eso implicará cuestionar muchas ideas de la sociedad actual, y volver a lo que dice Dios. Por ejemplo:

– Será necesario desarrollar una mentalidad de emprendedor independiente, en vez de empleado dependiente. «No estoy trabajando para mi empleador; estoy trabajando para Dios, y Él me paga.» En vez de buscar que «alguien me dé trabajo», muchos tendrán que «inventar» su propio trabajo, e independizarse. Para quienes no tienen esta posibilidad, eso significará aplicar con más seriedad las palabras del Nuevo Testamento que se dirigen a los esclavos, y particularmente estar conscientes de que aun el esclavo es un «liberado del Señor» (1 Corintios 7:21-23).

– Cada cristiano tendrá que preguntarse más seriamente cómo puede trabajar de una manera que beneficie a sus hermanos en la fe. Eso cobrará mayor importancia, cuanto más aumenten las dificultades de hacer negocios entre quienes son del Señor y quienes no lo son. Pablo señala que la comunidad cristiana debería ser independiente del sistema judicial del mundo secular (1 Corintios 6:1-6). De la misma manera, la iglesia del Nuevo Testamento era independiente de los sistemas seculares de educación y de salud, porque los hermanos proveían esos servicios entre sí, según criterios bíblicos. Lo mismo tendrá que aplicarse a diversas otras áreas de la economía. Y si Dios permite que resurja la generosidad y la ayuda mutua de los primeros cristianos, entonces los cristianos entre sí ya no estarán dependientes de la figura de la compra-venta.

– A medida que avance la marginalización, también será necesario independizarse más y más del uso del dinero. Habrá que tomar con más seriedad las palabras de Jesús, de que no podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo (Mateo 6:24). Eso requiere, por supuesto, que las estructuras antes descritas de intercambio y de ayuda mutua ya estén en su lugar.

Obviamente, nada de eso va a funcionar, mientras que aun los seguidores del Señor aspiren primero a su propia ganancia. Tampoco va a funcionar mientras que sigan confiando en las estructuras seculares y los gobiernos de este mundo para su provisión, en vez de poner su confianza en Dios. Solamente una comunidad profundamente transformada por el Espíritu Santo podrá enfrentar los desafíos de los últimos tiempos.
En tiempos de crisis, sería muy deseable que una estructura de economía cristiana ya estuviera en su lugar entre quienes siguen al Señor. Desafortunadamente, eso no es el caso, porque la mayoría de los cristianos redujeron su cristianismo a «asistir a la iglesia» y «obedecer al pastor». Por mientras, en sus actividades económicas o se conforman a hacer lo que hace el mundo incrédulo, o invierten en mantener funcionando esa maquinaria religiosa que se hace llamar «iglesia». Pero ¿en quién puede apoyarse un cristiano para la provisión mutua, cuando ya no puede participar en las transacciones económicas de este mundo? ¿Cuándo vamos a empezar a centrar nuestra vida diaria alrededor de Dios, en vez de copiar los sistemas de este mundo? ¿Y cuándo dejaremos de administrar las iglesias como si fueran negocios mundanos?