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Una palabra a los lectores católicos romanos

27/10/2016

(y a los evangélicos también.)

En realidad, este blog no se dirige a católicos romanos. Como dice el título, este blog propone una Reforma Bíblica. O sea, se dirige a lectores que tienen la disposición y la libertad de razonar desde la Biblia como palabra de Dios, y de cuestionar las doctrinas y prácticas de sus iglesias desde la Biblia como norma superior.
Un católico romano no tiene esta libertad, porque la doctrina de su iglesia se lo prohíbe. La iglesia católica romana declara que sus interpretaciones particulares de la Biblia, y todas sus declaraciones oficiales en cuanto a la fe y la moral, son infalibles. Entonces, ¿qué sentido tendría discutir con un representante de una institución que cree que nunca se puede equivocar? ¿y que por principio no se deja corregir por nadie excepto por sus propios superiores?

Sin embargo, tengo la impresión de que muchos católicos no entienden las implicaciones de esta doctrina de la infalibilidad de la iglesia. Por eso estoy escribiendo este artículo, porque se trata aquí de la doctrina fundamental que marca la diferencia entre «católico» y «evangélico». (Por lo menos en teoría … la práctica actual de las iglesias evangélicas es otro tema.)

Tomaré como ejemplo un tema que los católicos preferirían dejar en la oscuridad del pasado: las persecuciones y matanzas contra los así llamados «herejes», como por ejemplo:
– Las matanzas masivas de los albigenses (1208 a 1229), que cobraron incontables víctimas y devastaron el entero sur de Francia. Tan solamente en la masacre de Béziers (1209), la entera población de la ciudad (más de 15’000) fue asesinada.
– Las miles de víctimas de la inquisición, continuamente desde el siglo 13 hasta el siglo 18.
– La masacre del 23 de agosto de 1572 en Francia donde los católicos mataron a estimadamente 30’000 hugonotes.
– La colonización de las Américas por los españoles con sus matanzas de pueblos indígenas y trescientos años de explotación y esclavitud.
… Estas y diversas otras matanzas masivas fueron impulsadas por la doctrina católica romana.
«Pero eso es un tema del pasado», me dirás, «la iglesia ha cambiado, hoy en día ya no actúa así.» – Sí, sería lo más preferible si pudiéramos decir: «En el pasado, la iglesia ha cometido muchas equivocaciones y pecados, pero se ha arrepentido de ello, ha cambiado, y ahora su posición es diferente.» De hecho, eso es lo que puede decir un reformado o evangélico cuando es confrontado con las persecuciones que desató Lutero contra los judíos y contra los (equivocadamente así llamados) «anabaptistas», o con las persecuciones de la iglesia anglicana contra los puritanos y los cuáqueros. Como cristiano bíblico, no tengo ningún problema en decir: «Sí, Lutero se ha equivocado en estos puntos, e incluso ha pecado gravemente.» O sea, puedo evaluar las enseñanzas y los hechos de Lutero según la Biblia, puedo «retener lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21) y desechar lo malo. Una iglesia fundamentada sobre la palabra de Dios no tiene por qué seguir defendiendo los crímenes cometidos por sus líderes en el pasado. Puede desligarse de ellos; puede arrepentirse; puede corregir y revocar las decisiones equivocadas de sus líderes del pasado.

El problema del catolicismo romano es que no permite a sus fieles hacer lo mismo con las declaraciones pasadas de su propia iglesia. Y es aquí donde entra la doctrina de la infalibilidad de la iglesia. El Catecismo Básico la resume así: «Los cristianos recibimos de la Iglesia (…) el Magisterio seguro e infalible en las verdades de fe y moral.»
El II Concilio Vaticano formuló esta doctrina con las siguientes palabras:

«Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su Obispo en materias de fe y de costumbres cuando las expone en nombre de Cristo. Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento, de modo particular se debe al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se adhiera al parecer expresado por él según la mente y voluntad que haya manifestado él mismo y que se descubre principalmente, ya sea por la índole del documento, ya sea por la insistencia con que repite una misma doctrina, ya sea también por las fórmulas empleadas.

Aunque cada uno de los prelados por sí no posea la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, si todos ellos, aun estando dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, convienen en un mismo parecer como maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en las cosas de fe y de costumbres, en ese caso enuncian infaliblemente la doctrina de Cristo[76]. Pero esto se ve todavía más claramente cuando reunidos en Concilio Ecuménico son los maestros y jueces de la fe y de la moral para la Iglesia universal, y sus definiciones de fe deben aceptarse con sumisión[77].

Esta infalibilidad que el Divino Redentor quiso que tuviese su Iglesia cuando define la doctrina de la fe y de la moral, se extiende a todo cuanto abarca el depósito de la divina Revelación que debe ser celosamente conservado y fielmente expuesto. Esta infalibilidad compete al Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, en razón de su oficio cuando proclama como definitiva la doctrina de la fe o de la moral[78] en su calidad de supremo pastor y maestro de todos los fieles a quienes confirma en la fe (cf. Lc., 22, 32). Por lo cual con razón se dice que sus definiciones por sí y no por el consentimiento de la Iglesia son irreformables, puesto que han sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo prometida a él en San Pedro, y así no necesitan de ninguna aprobación de otros ni admiten tampoco la apelación a ningún otro tribunal. Porque en esos casos el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que en calidad de maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica[79]. La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio juntamente con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del Espíritu Santo, en virtud de la cual la grey toda de Cristo se conserva y progresa en la unidad de la fe[80].»

(II Concilio Vaticano, Constitución Dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», Art.25, «El oficio de enseñar de los obispos».)

Estimado lector católico, en esta cita puedes verificar por ti mismo que tu iglesia prohíbe explícitamente toda corrección o Reforma de alguna declaración que algún papa o concilio hizo en el pasado. Todas estas decisiones son «infalibles», «irreformables», e «inapelables».

Veamos ahora algunas de estas declaraciones «infalibles», las cuales apoyan e impulsan las atrocidades que la iglesia católica romana cometió en el pasado:

«Excomulgamos y declaramos anatema toda herejía que se exalta contra la fe santa, ortodoxa y católica, condenando a todos los herejes, no importa bajo qué nombre sean conocidos (…) Los tales sean entregados a los poderes seculares, para que reciban el castigo debido. (…) Los poderes seculares de todo rango y grado sean advertidos, inducidos, y si es necesario forzados por la censura eclesiástica, a jurar que se ejercerán a lo máximo en la defensa de la fe, y que extirparán a todos los herejes denunciados por la Iglesia que se encuentren en sus territorios. Y cualquier persona cuando asuma un gobierno, sea espiritual o temporal, será obligada a seguir este decreto.
Si algún señor temporal (secular), después de haber sido requerido y advertido por la Iglesia, descuide el limpiar su territorio de la corrupción herética, el metropolitano y los obispos de la provincia se unirán para excomulgarlo. Si permanece obstinado por un año entero, el hecho se reportará al Pontífice Supremo, el cual declarará a todos sus súbditos liberados de su lealtad a partir de este momento, y asignará el territorio a católicos para que lo ocupen, bajo la condición de exterminar a los herejes y preservar dicho territorio en la fe.»
(IV Concilio de Letrán, 1215, Canon III)

Este decreto no ha sido revocado hasta hoy. Sigue en plena vigencia.

» (…) Por tanto, ambos están en el poder de la iglesia, la espada espiritual y la espada temporal; la última se usa a favor de la iglesia, la primera por medio de la iglesia; la primera por la mano del sacerdote, la última por la mano de príncipes y reyes, pero a la señal y tolerancia del sacerdote. Esta espada necesariamente tiene que ser sujeta a aquélla, y la autoridad temporal a la espiritual.
(…) Y si el poder terrenal se desvía del camino correcto, es juzgado por el poder espiritual; (…) pero si el poder supremo (el papado) se desvía, no puede ser juzgado por ningún hombre, sino solamente por Dios.
(…) Además, que toda criatura humana es sujeta al pontífice romano, – declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que esto es enteramente necesario para la salvación.»
(Bula «Unam Sanctam», papa Bonifacio VIII, 1302)

Aquí se expresa claramente que el papa pretende gobernar el mundo entero, no solamente sobre el ámbito religioso, sino también sobre el ámbito secular y sobre todos los gobiernos del mundo; no solamente con medios pacíficos, sino también con violencia y con armas de guerra.
Este decreto no ha sido revocado hasta hoy. Sigue en plena vigencia.

(A los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, respecto al continente americano recién descubierto):
«Entre otras obras agradables a la Majestad Divina, ésta seguramente ocupa el rango más alto, que (…) las naciones bárbaras sean subvertidas y traídas a la fe.
(…) Como conviene a reyes y príncipes católicos, (…) ustedes se propusieron (…) traer bajo vuestro dominio las mencionadas tierras e islas con sus residentes y habitantes, y traerlos a la fe católica. Por tanto (…) les imponemos estrictamente (…) que ustedes también se propongan como vuestro deber, guiar a los pueblos que viven en aquellas islas y países a recibir la religión cristiana.
(…) Nosotros, por la presente, (…) damos, concedemos, y asignamos a ustedes y a vuestros herederos y sucesores, reyes de Castilla y León, por siempre, juntos con todos sus dominios, ciudades, campos, lugares y pueblos, y todos los derechos, jurisdicciones y pertenencias, todas las islas y tierras encontradas y por encontrar (…) Y Nosotros les hacemos, nombramos y encargamos a ustedes y a vuestros herederos y sucesores, señores de ellas con pleno y libre poder, autoridad y jurisdicción de toda clase.
(…) Por tanto, que nadie infrinja o contravenga esta nuestra (…) donación, concesión, asignación, (…) mandato, prohibición y voluntad. Si alguien presumiera intentar eso, sepa que incurrirá en la ira del Dios Todopoderoso y de los benditos apóstoles Pedro y Pablo.»
(Bula «Inter Caetera», papa Alejandro VI, 1493)

Se entiende por sí mismo que los Reyes Católicos y sus sucesores estaban y están obligados también por los decretos más arriba citados, a extirpar a los «herejes» en todas sus colonias. Todas las atrocidades que los conquistadores españoles cometieron en América, sucedieron con el pleno respaldo del Vaticano. Fue con esta bula papal en la mano, que ellos vinieron a matar y destruir naciones enteras.
También esta bula no ha sido revocada hasta hoy. Sigue en plena vigencia. O sea, la doctrina romana oficial niega hasta hoy la independencia al entero continente americano, bajo amenaza de la ira de Dios.

Estimado lector católico, quiero dejar muy claro lo que significa esto. Todos estos decretos citados son doctrina oficial y actual de tu iglesia, y tú como fiel católico romano eres obligado a «aceptarlos con sumisión». Entonces no puedes decir que las matanzas de «herejes» y la colonización de América son «cosas del pasado». Si la iglesia romana hoy en día ya no quema a «herejes» ni coloniza otros países, no es porque hubiera cambiado su doctrina al respecto. Se debe únicamente al hecho de que la iglesia romana ya no tiene el poder político para hacerlo. Pero su doctrina sigue siendo la misma como en la Edad Media, y por definición no se puede cambiar. Es doctrina «infalible», «irreformable», «inapelable».

He aquí el gran dilema que se presenta a todo católico romano que desea seguir a Jesucristo, y a la vez desea seguir a su iglesia. Pienso que la mayoría de los católicos hoy en día estarían de acuerdo con que aquellas matanzas, y aquellos decretos para la extirpación de los herejes, eran contrarios al espíritu de Cristo. Entonces, ¿estarías de acuerdo con que aquellos decretos deberían revocarse? – Probablemente tu sentido común te dice que sí. Casi seguramente, lo que sabes del evangelio de Cristo te dice que sí. El reino de Cristo no es de este mundo, y por eso no se defiende ni se extiende con las armas de este mundo (Juan 18:36). Jesucristo envió a Sus seguidores «como ovejas en medio de lobos» (Mateo 10:16), no como lobos en medio de ovejas. – Es posible que hasta los representantes más altos de la jerarquía romana, y hasta el papa mismo, sepan muy dentro de sus corazones que aquellos decretos eran contrarios al espíritu de Cristo. Y sin embargo, no pueden revocarlos, porque la doctrina fundamental de su iglesia se lo prohíbe.

El II Concilio Vaticano emitió también unas declaraciones hermosas acerca de la «dignidad humana» y la «libertad religiosa». En su declaración sobre la libertad religiosa «Dignitatis Humanae» dice, por ejemplo:
«Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural[2]. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil.»
Este decreto contradice directamente a los decretos más arriba citados acerca de la extirpación de los «herejes». Si el concilio hubiera sido serio en su intención, entonces hubiera dicho: «El concilio reconoce que las declaraciones de papas y concilios anteriores acerca de la extirpación de la herejía son contrarios a la palabra revelada de Dios y a la libertad religiosa. Por tanto, revoca y deja sin efecto las siguientes declaraciones y doctrinas: …» – Pero el concilio no dijo eso. Emitió una declaración sobre libertad religiosa, pero al mismo tiempo dejó en pie las doctrinas antiguas que anulan la libertad religiosa, e incluso declaró que esas doctrinas eran «infalibles».
Por eso, la jerarquía romana no hace nada para detener las persecuciones por parte de los católicos contra los evangélicos que siguen sucediendo aun hoy en día, por ejemplo en el estado mexicano de Chiapas.

Estimado lector católico, ¿qué haces con una institución que emite declaraciones contradictorias, pero todas igualmente «infalibles», y te obliga a someterte a ambas? ¿Permites a la jerarquía de la iglesia torcer tu conciencia a tal punto que tengas que aceptar una declaración como «infalible», y su contrario también?

Ni siquiera el papa tiene una salida de este dilema. En 1993, el Indigenous Law Institute (Instituto de Derecho Indígena) puso a prueba las declaraciones del concilio acerca de la dignidad humana y libertad religiosa. Dirigieron una carta abierta al papa, llamándole a revocar formalmente la bula «Inter Caetera» (la que impulsó la colonización de América por los reyes de España). El papa nunca les respondió. El papa actual es el tercer papa que fue llamado a ocuparse de este asunto, y hasta hoy tampoco respondió.

No sé si el papa personalmente reconoce los derechos de los pueblos indígenas, y el derecho a la libertad religiosa. Pero aun si los reconociera, no podría revocar ese decreto, porque la doctrina de la iglesia no se lo permite.

El proceso de excomulgación contra Lutero comenzó a raíz de que Lutero había dicho: «Aun los concilios pueden equivocarse.» O sea, Lutero cuestionó la infalibilidad de la iglesia. Éste fue el desacuerdo decisivo entre católicos y reformados. Según el principio reformado, cada cristiano puede (y debe) discrepar con sus líderes y llamarles la atención, si éstos enseñan o actúan en contradicción contra la palabra de Dios. Por eso, tampoco Lutero o Calvino eran «infalibles». Yo discrepo con Lutero y con Calvino en diversos puntos de su enseñanza y de su práctica. Ningún reformado hoy en día está atado a los errores y pecados de ellos. La iglesia católica romana, en cambio, sigue atada y sujeta a todo lo que decretó oficialmente alguna vez en el pasado.
Por tanto, el papa sabe que si él revocase un solo decreto del pasado, estaría con eso reconociendo que los concilios sí pueden equivocarse, y entonces daría la razón a Lutero. Al papa, y a todo fiel católico romano, le quedan solamente estas dos alternativas:
– Defender los decretos contra los herejes como «infalibles», y por tanto defender todas las atrocidades que se cometieron en consecuencia de esos decretos;
– o reconocer que esos decretos fueron equivocados, lo que significa dar la razón a Lutero y ponerse del lado de la Reforma.

Entonces, estimado lector católico: Si deseas seguir defendiendo la iglesia católica romana, explícame primero clara y sinceramente cuál de las dos posiciones asumes: ¿Se equivocaron los concilios y los papas al promulgar los decretos contra los herejes y para la colonización de América, o no se equivocaron? ¿Lutero estaba en lo correcto o no cuando dijo que los concilios se pueden equivocar?

No entraré en ninguna discusión acerca de la iglesia católica romana, excepto si mi interlocutor me responde primero a estas preguntas.