Mandamientos acerca de la separación en la iglesia del Nuevo Testamento

El mandamiento más claro al respecto se encuentra en 1 Corintios 5:11.13:

«… que no se mezclen con alguien que se hace llamar hermano, pero es un fornicario o codicioso o servidor de ídolos o grosero o borracho o ladrón; con un tal tampoco coman juntos. (…) ¡Quiten al maligno de entre ustedes mismos!»

Otro pasaje similar tenemos en 2 Tesalonicenses 3:14-15:

«Pero si alguien no obedece a nuestra palabra por medio de la carta, señalen a éste y no se mezclen con él, para que sea avergonzado. Pero no lo consideren como enemigo, sino amonéstenlo como hermano.»

Una paralela es también Efesios 5:5. A continuación dice:

«Y no participen con las obras infructuosas de la oscuridad, mas bien repréndanlas.» (Efesios 5:11)

La reprensión es obviamente un paso anterior a la separación. Una persona que se hace llamar hermano (cristiano), pero comete «obras de la oscuridad», debe ser reprendida. Según Mateo 18:15-17, debe haber una segunda reprensión con testigos, y una tercera ante la asamblea reunida. Aunque ese pasaje se refiere a pecados personales entre hermanos, es de asumir que en Efesios 5:11, Pablo piensa en un proceso similar. – Si la reprensión no da fruto, los cristianos deben separarse de esa persona.

¿En qué consiste la separación?

Según 1 Corintios 5:11, consiste en «no mezclarse», o sea, no tener una relación cercana, amistosa; y «no comer juntos». Recordemos que en la iglesia del Nuevo Testamento, el «comer juntos» es a la vez el lugar donde sucede la comunión espiritual, y el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo. Entonces, el sentido es que la persona queda excluída de la comunión espiritual de los cristianos entre sí.
Por el otro lado, la separación no debe entenderse en el sentido de evitar todo contacto en absoluto. La palabra de Dios no dice nada en contra de las interacciones normales de la vida diaria secular, por ejemplo como cliente, estudiante, pariente, etc. Según 2 Tesalonicenses 3:14-15, se deben aprovechar oportunidades para «amonestar» al hermano errante, de manera fraternal y no en enemistad. (Sin embargo, 2 Tesalonicenses habla aparentemente de un caso más leve que 1 Corintios.)

¿Por qué nos debemos separar de los que pecan?

La palabra de Dios menciona dos razones:

1. Porque el pecado es contagioso. Si se permite que los miembros de la comunidad cristiana vivan en pecado, se corrompen las conciencias de todos. Empiezan a creer que Dios no toma tan en serio el pecado. Esa creencia desvirtúa el sacrificio de Cristo, quien entregó su propia vida justo para eso: para liberarnos del pecado.
Por eso dice en el mismo contexto: «¿No saben que un poco de levadura fermenta la masa entera? Límpiense entonces de la vieja levadura, para que sean una masa nueva, así como están sin levadura. Porque Cristo es nuestra pascua que fue sacrificada por nosotros …» (1 Corintios 5:6-7)

2. Porque alguien que vive en pecado, da a entender con eso que muy probablemente no es un cristiano verdadero. Así dice Pablo: «¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se engañen: Ni fornicarios, ni servidores de ídolos, ni adúlteros, ni afeminados, ni los que cometen actos homosexuales, ni ladrones, ni codiciosos, ni borrachos, ni groseros, ni asaltantes heredarán el reino de Dios. » (1 Corintios 6:9-10) – Y también Juan: «Toda persona que permanece en él, no peca. Toda persona que peca, no lo ha visto, ni lo ha conocido. (…) Toda persona nacida de Dios no hace pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; y no puede pecar [continuamente], porque es nacido de Dios.» (1 Juan 3:6.9; vea también 1 Juan 5:18.)
No se trata entonces de «disciplinar a los cristianos». Más que todo, se trata de hacer una separación entre los cristianos nacidos de nuevo, y los que «se hacen llamar hermanos», pero no lo son. Ésos a menudo se delatan por su estilo de vida, y más particularmente, por su falta de arrepentimiento.
Notemos que todos los pasajes citados hablan de vivir en pecado, no de una caída casual. Un cristiano verdadero también puede de vez en cuando caer en un pecado; pero entonces (si de verdad es del Señor) su conciencia reacciona, se arrepiente, y se aparta del pecado. Por ejemplo un «fornicario» no es uno que una vez ha cometido fornicación, después se ha arrepentido sinceramente, y no volvió a hacerlo nunca más. En un tal caso aplicaría 1 Juan 1:9, y no habría razón de «separarse» de esa persona. – En cambio, un «fornicario» es uno que peca repetidamente, y no le importa mucho. Con eso da a entender que no tiene el Espíritu de Cristo.

Ahora, es cierto que en la práctica puede ser difícil distinguir entre los dos casos. Un cristiano verdadero puede, después de arrepentirse, tener otra caída, hasta que alcance la victoria sobre el pecado. Por el otro lado, un falso hermano puede fingir arrepentimiento y dar la apariencia de haber cambiado, mientras que la actitud de su corazón no cambió. En algunos de esos casos dudosos, Dios puede dar sabiduría sobrenatural a alguien, como lo dio a Pedro en los casos de Ananías y Safira (Hechos 5:1-11) y de Simón (Hechos 8:18-23). Pero esos son casos excepcionales. En el caso normal, no debemos tratar de acertar los motivos escondidos en el corazón de alguien (1 Corintios 4:5).

Algunos han usado esa palabra, y las advertencias de Jesús de «no juzgar» (Mateo 7:1), para decir que no se debe practicar la separación en absoluto. Pero Jesús mismo dijo que un pecador que no se arrepiente, debe tratarse como un «pagano y cobrador de impuestos» (Mateo 18:17) – o sea, como alguien con quien no existe comunión espiritual. Pablo menciona varias oportunidades donde se deben juzgar las acciones y palabras de los hermanos: Debemos juzgar a «los que están dentro» (1 Corintios 5:12-13); juzgar las cosas de esta vida (1 Corintios 6:2-3); juzgar lo que se habla en las reuniones (1 Corintios 14:29). Esos no son juicios sobre «motivos del corazón». Pero las acciones o palabras de quienes se hacen llamar hermanos, permiten juzgar cuando es necesario separarse de ellos. Eso es lo que dicen las instrucciones apostólicas. Con eso se le manda una señal clara para decirle: «Tu estilo de vida da lugar a serias dudas de si eres realmente un cristiano.»

En 1 Corintios 5 tenemos una enumeración de la clase de pecados que indican la necesidad de separación. La lista seguramente no es exhaustiva. Por ejemplo, Apocalipsis 21:8 menciona también a «todos los mentirosos» entre quienes no tienen parte en el reino de Dios. Entonces, de los mentirosos también hay que separarse.

¿Hasta cuándo dura la separación?

Los pasajes bíblicos al respecto permiten una sola interpretación: La separación dura mientras que persistan las condiciones que la exigen – sean unas cuantas semanas, o toda la vida. En otras palabras: Dura hasta que la persona muestre señales claras de un arrepentimiento decidido y honesto, y dé «frutos de arrepentimiento» (Lucas 3:8-9). Donde eso sucede (pero no antes), los hermanos no deben demorar en volver a recibir al hermano arrepentido en su comunión:

«Para el tal fue apropiada esta reprensión por la mayoría, de manera que al contrario, ahora perdonen y animen ustedes, para que el tal no sea acaso tragado por la tristeza más abundante. Por tanto les animo a validar el amor hacia él.» (2 Corintios 2:6-8)
«Porque la tristeza de la manera de Dios produce un arrepentimiento para salvación, del cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.» (2 Corintios 7:10)

¿Quién decide acerca de una separación?

Las cartas que contienen estas instrucciones, se dirigen a la iglesia entera. 1 Corintios lo expresa de la manera más clara: «…a la asamblea de Dios que está en Corinto, santificados en Cristo Jesús, santos llamados, con todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar…» (1 Corintios 1:2). Por tanto, la iglesia entera es llamada a hacer esta decisión.

Eso puede suceder de dos maneras:

– En conjunto en una asamblea, buscando juntos la voluntad de Dios para llegar a un consenso. Esta es la forma preferible; pero en la situación actual de decadencia en las congregaciones, a menudo no se puede realizar. Entones, los cristianos entregados y conscientes tendrán que recurrir a la segunda manera:

– Por decisión individual de cada cristiano. O sea, cada cristiano que ve a un miembro de la congregación vivir en pecado, primero lo reprende; y si la reprensión no da resultado, decide separarse de él.
Eso conducirá a la situación insatisfactoria de que algunos cristianos decidirán separarse de cierta persona, mientras que otros decidan mantener su comunión con la misma persona. Pero es efectivamente similar a la situación que ya tenemos, donde ciertos líderes de congregaciones deciden colaborar con líderes y «ministerios» cuestionables, mientras que otros líderes deciden mantenerse apartados. Empoderar al entero pueblo de Dios a hacer estas decisiones individualmente, es de acuerdo con lo que escribe Pablo a los corintios. No es lo ideal; pero es preferible a las tergiversaciones que existen en la actualidad.

De hecho, este es el punto donde las prácticas actuales se desvían más lejos de la iglesia del Nuevo Testamento y de la palabra de Dios. Las iglesias institucionalizadas se han acostumbrado a que sea un pequeño círculo de líderes exclusivos, o incluso una única persona, que decida acerca de la «disciplina» o separación de otros miembros. Definitivamente, ¡eso no es lo que dicen las Escrituras! Si esa hubiera sido la intención del apóstol, él hubiera escrito: «No se mezclen con alguien que fue señalado por los ancianos como pecador …» – El apóstol Juan reprocha explícitamente la práctica de que un solo líder decida acerca de la expulsión de otros miembros (3 Juan 10).

Cuando una congregación está en una buena relación con Dios, sus miembros llegarán a un consenso al buscar juntos Su voluntad. Y si la relación con Dios no es buena, entonces es preferible que cada miembro consulte las Escrituras y actúe según su conciencia ante Dios, en vez de que todos sean sometidos bajo el dictado de un líder que no es fiel a Dios.

Abusos de la separación

Tristemente, en muchas congregaciones, las instrucciones bíblicas acerca de la separación han sido abusadas por un liderazgo autoritario, para fortalecer su propio poder e influencia. Esos líderes han inventado nuevos «pecados» que no figuran en el Nuevo Testamento, para poder expulsar a quienes se oponen a ellos. Cuando alguien manifiesta su desacuerdo con una decisión arbitraria del líder, o expone un pecado del líder, se le acusa de «rebelión contra la autoridad» y se le «pone en disciplina». Por el otro lado, esos líderes suelen rodearse de personas a quienes llaman «leales», o sea, quienes no se atreven a criticarles ni a llamarles la atención cuando pecan. Esas personas fortalecen el poder de los líderes, y por tanto nunca son «disciplinadas», aunque vivan en los peores pecados.

Se facilitan esos abusos cuando se cree que un pequeño círculo de líderes tiene el derecho de dictar a la congregación entera, quiénes deben ser separados o expulsados. Se pasa por alto el hecho de que el Nuevo Testamento otorga esa competencia no a un liderazgo exclusivo, sino a la «asamblea», la iglesia en conjunto. Se pasa por alto también el hecho de que todo «juzgamiento» requiere un proceso debido. En la iglesia del Nuevo Testamento no se pasan sentencias arbitrarias; ni puede un pequeño grupo de líderes decidir sobre los demás sin rendir cuentas a nadie. Al contrario, en la iglesia del Nuevo Testamento, cada miembro puede confrontar a alguien que peca o que comete injusticia, por más que el pecador sea un líder.

Muchos de los líderes que emiten esas sentencias arbitrarias, deberían ellos mismos ser separados de la congregación, según criterios bíblicos: porque no cumplen con la integridad e imparcialidad requeridas para ejercer un liderazgo; porque exhíben el comportamiento de los falsos «súper-apóstoles» descritos en 2 Corintios 11:20; o porque directamente viven en uno de los pecados que dan lugar a una separación.

Una forma de abuso más sutil sucede cuando se «condenan» o se separan a miembros por actuar en contra de alguna costumbre o tradición del grupo, aunque no sea pecado. Eso puede suceder de la misma forma arbitraria como antes descrito, por imposición de un pequeño grupo de líderes. Pero se dan también casos donde una congregación en conjunto es dominada por el legalismo, de manera que imponen sobre sus miembros unas leyes particulares que van más allá de la palabra de Dios, y la congregación entera cree que sea correcto separarse de alguien que actúa en contra de esos «mandamientos de hombres». A menudo, esas leyes adicionales se enfocan en detalles externos que no tienen que ver con la relación con el Señor, muy similar a las instrucciones detalladas de los fariseos acerca de la manera de lavar las manos y los platos (Marcos 7:1-5). Así por ejemplo, unas congregaciones consideran «pecadores» a quienes no se adhieren a sus leyes acerca del estilo de música que se puede escuchar, acerca de la comida, acerca de la observancia de días determinados, de la vestimenta, de los ritos externos de adoración, y cosas semejantes. En asuntos como esos, la palabra de Dios dice que no debemos juzgar (Romanos 14:3-6, Colosenses 2:16-23).

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Una respuesta to “Mandamientos acerca de la separación en la iglesia del Nuevo Testamento”

  1. Los últimos tiempos: “Babilonia la grande” – Parte 3 | Reforma Bíblica Says:

    […] acción tiene una matiz distinta de las instrucciones de Pablo en 1 Corintios 5 y 6 acerca de la separación. La separación, aunque a veces puede ser dura, sigue siendo una decisión personal sobre la base […]

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